Chile, viaje a los vinos prémium

País de loca geografía y de gran tradición vinícola, Chile se ha convertido en los últimos 30 años en una potencia que, con su excelente relación calidad-precio, ha sabido sacarle partido a la crisis. Valles clásicos como Maipo, Colchagua y Cachapoal se subdividen y a éstos se suman otros como San Antonio y Casablanca. Otros más resurgen como Itata, hacia el sur. A través de esta serie de postales de viaje y cata, te invitamos a conocer un poco más sobre el momento que atraviesa la vitivinicultura del país andino y su cada vez más extensa oferta de monovarietales y blends. Hay vida más allá del cabernet sauvignon.

Texto y fotos de Gerardo Lammers

Recién he llegado a Chile y me encuentro con un campo encendido de verde y una ciudad capital, Santiago, tapizada de banderitas: septiembre es también para los chilenos el mes patrio y el año que entra celebrarán el bicentenario de su Independencia.

Hace frío en esta tarde lluviosa y todavía invernal de domingo, en que las nubes grises cubren la cordillera de Los Andes con sus picos nevados, los que durante el deshielo surten de agua a una parte de las casi 120 000 hectáreas de viñedos que hay en total.

Vista del barrio residencial de Vitacura, en Santiago
Tarde invernal en una avenida céntrica de Santiago

La “loca geografía” de este país –como aquí se dice, aludiendo a Chile o una loca geografía, el pintoresco libro de crónicas de Benjamín Subercaseaux, prologado por la poeta nobel Gabriela Mistral– permite que a sólo unos minutos en auto de la capital haya gente lo mismo esquiando en la nieve que vacacionando en la playa. Algo que es posible, considerando sus menos de 200 kilómetros de ancho por 4,300 kilómetros de largo: más o menos la forma de un ají (como los chilenos le llaman al chile).

La montaña y el mar –con su fría corriente de Humboldt– son factores determinantes en su viticultura, al igual que el clima mediterráneo (inviernos lluviosos, veranos secos, estaciones bien marcadas). Con el paso de los años, en especial los últimos treinta, se han ido encontrado los terruños más adecuados para cada cepa, propiciándose nuevos valles vitivinícolas, denominaciones de origen cada vez más específicas y atractivas rutas enoturísticas.

Las condiciones de este “país isla” –con el desierto de Atacama al norte y la Patagonia al sur– han servido como muro de contención a la plaga de la filoxera, que en el siglo XIX acabó con tantos viñedos en Europa y que casi hizo desaparecer cepas como la carmenère, que aquí se rescató y promete con volverse emblemática.

Luego de una dictadura que marcó su historia reciente y que finalizó en 1990, Chile retomó la democracia y desde hace algunos años su economía está en plan ascendente, desmarcándose del resto de Latinoamérica.

Barrio de Las Condes de la capital chilena

En colonias como Vitacura y Las Condes, Santiago luce como una moderna y trendy capital sudamericana. Y en un país de tradición vinícola como éste (aunque con un consumo interno más bien bajo y no especialmente de calidad), la gente está descubriendo  –como advierte el sommelier Héctor Vergara– que hay vida más allá del cabernet sauvignon.

Si hace algunos años Chile era conocido sólo por los vinos robustos que produce esta cepa, ahora hay que agregar sus sauvignon blanc, chardonnay, carmenère, syrah de clima frío y pinot noir, entre otras muchas variedades, así como sus blends, que cada vez gozan de mayor reconocimiento internacional. Sin olvidar tampoco su incipiente oferta de rosados, espumantes y late harvest.

En México los vinos chilenos han iniciado a mucha gente, sobre todo aquellos que responden al esquema de “buenos, bonitos y baratos”. Sin embargo, ahora los productores del país andino invitan a ir un paso más allá y conocer la oferta de sus caldos prémium, cuya relación calidad-precio es, sin duda, de lo mejor que podemos encontrar en los anaqueles.

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Mi estancia comienza con una visita al Palacio de la Moneda, que es donde atiende algunos de sus asuntos Michelle Bachelet, primera presidenta en la historia de Chile. En uno de los patios encuentro un altar de la cultura mapuche (la etnia más importante de este país) y un poco después, subiendo unas escaleras, la sala conmemorativa al presidente Salvador Allende.

Centro de Santiago de Chile

Hacia el mediodía me dirijo hacia la zona de Maipo, aún dentro de Santiago. Hace algunos años era más una zona de viñedos, pero hoy la ciudad se ha comido al menos una parte. Aquí se encuentra Santa Carolina.

Antigua bodega de Santa Carolina, en Santiago de Chile
Antigua bodega de Santa Carolina, en Santiago de Chile

Fundada a fines del siglo XIX, como todas las casas vinícolas antiguas de Chile que han llegado hasta nuestros días, la historia de Santa Carolina comienza cuando los propietarios Luis Pereira Cotapos y Carolina Íñiguez deciden enviar a Silvestre Ochagavía –prócer de la viticultura chilena– a Burdeos con la encomienda de traerse las cepas de esta región francesa.

En la actualidad, bajo el nombre de Carolina Wine Brands, la bodega pertenece al grupo de alimentos Watt’s, cuyo socio mayoritario es la familia Larraín.

Después de un tour por las instalaciones, cuyas cavas más antiguas fueron construidas a cal y canto, me encuentro en la sala de degustación con Iván Martinovic y Ximena Pacheco, enólogo y winemaker, respectivamente.

Probamos, entre otros, el Chardonnay Reserva de Familia 2007, un vino con entre ocho y nueve meses de barrica del Valle de Casablanca que, junto con el Valle de Leyda, se ha convertido en uno de los lugares más respetados para la producción de blancos. También el Carmenère Reserva de Familia 2008, tinto proveniente de Colchagua. La carmenère ha encontrado aquí posibilidades expresivas notables, a diferencia de Francia, país de donde proviene y donde se le utiliza sólo como adorno en algunos ensamblajes.

Novedad de esta casa es Cefiro, la línea de monovarietales de Viña Casablanca que hace, entre otros, un syrah rosé y un pinot noir. Al término de la comida, el broche de oro lo pone el tinto VSC 2007, vino top de la casa. Blend de cabernet sauvignon, syrah y petit verdot, añejado entre doce y 18 meses en barricas de roble francés.

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Al día siguiente me dirijo hacia Alto Jahuel, en la parte del Valle de Maipo que se encuentra fuera de la congestionada capital. A los pies de la precordillera de Los Andes se encuentra Santa Rita, otra de las clásicas chilenas. Vale la pena visitar esta bodega, pues cuenta en su interior con un casco antiguo, en el cual hay un restaurante de especialidades chilenas.

Casco viejo de la bodega Santa Rita, a las afueras de Santiago
Casco viejo de la bodega Santa Rita, a las afueras de Santiago

A un lado, entre la viña y una plantación de palmeras se encuentra el Museo Andino, un edificio de corte minimalista que el empresario Ricardo Claro (fallecido el año pasado a los 74 años y quien fuera dueño de la bodega) mandó construir. Alberga una importante colección de arte prehispánico. Para los más románticos y pudientes, la propiedad también cuenta con un versallesco hotel.

Durante la cata probamos el Sauvignon Blanc Floresta 2008, del Valle de Leyda, así como el Chardonnay Medalla Real 2008, del Valle de Limarí. Pasando a los blends, catamos el Triple C 2005, llamado así por estar hecho a base de cabernet franc, carmenère y cabernet sauvignon, con un año de guarda en barricas de roble francés y seis meses en botella, elaborado por el enólogo Andrés Ilabaca.

También degustamos Casa Real 2005, un single vineyard, 100% cabernet sauvignon, con 18 meses en barricas de roble francés nuevas, con una capacidad de guarda de al menos diez años. En cuanto a la línea Carmen, probamos Carmen Reserva 2005 (blend de syrah y cabernet sauvignon), caldo con toques especiados, elaborado por el enólogo Stephano Gandolini, lo mismo que Winemaker’s Reserve 2006, blend de cabernet sauvignon, merlot, syrah, carmenère y petite syrah.

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No podía faltar una visita al gigante Concha y Toro. Sus instalaciones –que se encuentran en Pirque, a una hora de Santiago, dentro de Maipo, (que pertenece al gran Valle Central)– conservan el encanto de su pasado decimonónico y al mismo tiempo revelan el poderío de una empresa de clase mundial.

La vieja casona de Concha y Toro, en Pirque, a una hora de la capital chilena
La vieja casona de Concha y Toro, en Pirque, a una hora de la capital chilena

Concha y Toro es la casa chilena que más produce y también la que más exporta: doce millones de cajas anuales a más de 100 países.

Su nombre proviene de su fundador, don Melchor Concha y Toro, cuya antigua casona de una sola planta se conserva, frente a un pequeño lago artificial y una cortina de palmeras.

Una parte de esta construcción exhibe muebles, pinturas y retratos de época y, para más señas, es atendida por un elegante mayordomo.

Conforme el visitante recorre las habitaciones también comienzan a aparecer retratos y documentos pertenecientes a Eduardo Guilisasti, quien desde mediados del siglo XX transformó la bodega en un emporio que al día de hoy cotiza en la Bolsa de Nueva York.

Aunque en México es conocida principalmente por las etiquetas Concha y Toro Reservado, Casillero del Diablo y Trío, esta vinícola comandada por los enólogos Enrique Tirado, Ignacio Recabarren y Marcelo Papa, tiene mucho más que ofrecer. Es el caso, por ejemplo, de la línea Terrunyo y del vino Carmín de Peumo, reconocido como uno de los carmenères más finos.

área de bodegas de Concha y Toro
área de bodegas de Concha y Toro

Su vino insignia se llama justamente Don Melchor, cabernet sauvignon, y que el próximo año celebra su vigésima añada. Además, hay que recordar que en asociación con la casa francesa Barón Philippe de Rothschild, Concha y Toro produce Almaviva. Catamos, durante el almuerzo, y bajo de la guía de la enóloga Karine Mollenhauer: Terrunyo Sauvignon Blanc 2008, Terrunyo Carmenère 2007 y, de postre, Late Harvest 2006, así como Marqués Carmenère 2006.

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A pocos kilómetros de Pirque, subiendo una exuberante cuesta que ofrece vistas magníficas de las cumbres nevadas, se encuentra San Juan de Pirque, en la zona del Maipo alto.

Aquí tienen su residencia el arquitecto chileno (de ascendencia asturiana) Xavi Rodríguez, de 42 años, y la estadounidense Madeleine Corcoran, su esposa. Viven en un chalet, construido por él, con todas las comodidades, incluso la de recibir el periódico por las mañanas.

Xavi en sus dominios: Corcoran Gallery
Xavi en sus dominios: Corcoran Gallery

La vida de esta pareja gira en torno a su pequeña viña-jardín de cuyas uvas elaboran un vino artesanal cabernet sauvignon puro.

— Decía Gaudí que la originalidad está en el origen y aquí hacemos vino auténtico: lo que produce la tierra es lo que embotello—, dice Rodríguez, cubierto con un grueso poncho de lana que le da la apariencia de un antiguo habitante, mientras Madeleine da los últimos toques a la cena.

Su vino trae aparejado el proyecto de una incipiente fundación que permita ayudar a la niñez de esta comunidad con becas escolares, entre otros propósitos, y tiene por nombre Corcoran Gallery, del cual tuve la oportunidad de probar el Corcoran Gallery 2005, un vino afrutado y de taninos sorprendentemente suaves.

El plan de esta idealista pareja es dar al visitante, que se anime a llegar hasta este privilegiado lugar, la oportunidad de vivir una experiencia integral: ofrecen su casa y dejan que sus huéspedes invitados se tomen el tiempo de estar. A contracorriente de las escuelas enológicas en boga, ellos no buscan estresar a las vides para que produzcan mejores frutos ni hacer podas.

— La parra cuando produce más frutos es para sobrevivir y nosotros hacemos el vino con lo que la planta nos entrega—, dice Xavi.

El vino se cosecha a mano y se fermenta en barricas abiertas para después dejarlo reposar durante tres años en barricas. 2005 fue la primera cosecha. Producen entre 200 y 300 cajas anuales y no tienen intención de crecer. Más información: contacto@corcorangallery.cl

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Al sur de Viña del Mar, recibiendo la brisa fría del Pacífico, y dentro de la Cordillera de la Costa (el otro gran sistema montañoso de Chile), se encuentra el Valle de San Antonio, uno de los nuevos valles vinícolas, que antes estaba dedicado al cultivo del trigo.

Aquí, tras una lomita que otorga una apacible vista de los cerros que rodean los viñedos, plantados en suaves laderas de suelos graníticos, se encuentra Matetic, una sorprendente bodega orgánica con diseño escandinavo.

Matetic se localiza en el Valle de San Antonio
Matetic se localiza en el Valle de San Antonio

Es propiedad de Jorge Matetic, un ganadero chileno cuyos antepasados llegaron hace cuatro generaciones de Croacia y que hace muy poco decidió incursionar en el mundo del vino.

La enóloga Paula Cárdenas recibe a un grupo internacional de periodistas, entre los que me encuentro.

— Hoy amaneció a -1°C y durante el día y podríamos llegar hasta 20°C—, dice para explicar las condiciones de un terroir caracterizado por la neblina matinal, la cual es particularmente benéfica para las cepas blancas como el sauvignon blanc y chardonnay, así como para la delicada pinot noir.

El agua, que aquí sí es un problema, se extrae de pozos.

No obstante su juventud, Paula tiene entre sus reconocimientos el de ser la responsable de hacer un tinto de uva syrah, al que André Dominé en su libro El vino califica como el mejor de Chile.

Probamos primero los vinos de la línea EQ: Matetic EQ Chardonnay 2007, Matetic EQ Pinot Noir 2007, Matetic EQ Syrah 2007, para después catar dos más de la línea Corralillo: Matetic Corralillo Syrah 2007 y Matetic Corralillo Blend 2006, blend de merlot, cabernet franc, malbec y pinot noir.

Cabe aclarar que los vinos Matetic aún no se encuentran disponibles en México.

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A sólo unos cuantos kilómetros al norte de San Antonio, se encuentra el Valle de Casablanca. Fue descubierto para la viticultura apenas en la década de los noventa por el enólogo Pablo Morandé. Y es precisamente él quien nos recibe con una copa de Morandé Pionero Sauvignon Blanc 2009.

Nos encontramos en el restaurante House of Morandé, que fue el primero en establecerse en el valle, muestra del potencial enoturístico que ha desarrollado la zona. No podía ser de otra manera, tratándose de un valle que está pegado a Viña del Mar y Valparaíso.

Pablo Morandé, descubridor del Valle de Casablanca
Pablo Morandé, descubridor del Valle de Casablanca

— ¿Por qué algunos vinos chilenos son tan altos en alcohol? —, le pregunta un periodista rumano.

— Porque a la gente así le gustan—, contesta el prestigiado enólogo con una maliciosa sonrisa.

Hombre amable y a la vez de pocas palabras, pronunciadas con un tono grave, Morandé tiene preparada una comida de varios platos pequeños en esta tarde que, por fortuna, resulta soleada.

Morandé Reserva Pinot Noir 2008 se sirve con una entrada de atún y salsa de champiñones. En seguida, Morandé Gran Reserva Merlot 2007, acompañado de una pasta fresca con carne de res, cebollas y tocino en salsa de tomate. Morandé Edición Limitada Carmenère 2007 y House of Morandé Red Blend 2005 se sirven junto con una costilla de cordero, acompañada con cebollas verdes confitadas y una salsa de blueberries. Para terminar, un vino de postre: Morandé Late Harvest Sauvignon Blanc 2008, a la par de un crème brûlée con canela, helado y un biscuit de almendra.

Fundada en 1996, Viña Morandé es en la actualidad una sociedad de la cual Pablo Morandé es uno de los accionistas. En Casablanca cuentan con 130 hectáreas de viñedos de riego, en suelos arcillosos, en los que tienen plantadas principalmente tres variedades: sauvignon blanc, chardonnay y pinot noir.

Al igual que ocurre en el Valle de San Antonio, en Casablanca la influencia marítima produce una niebla matinal que actúa como moderadora de temperatura.

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“Apalta comenzó aquí”, dice el santiaguino Jaime Rosellón, de Viña Neyén.

Me recibe en la oficina de su elegante bodega, rodeada de gigantes eucaliptos, quizá los más altos que he visto, y que combina la arquitectura rural con la moderna. A diferencia de otras que he visto, ésta es una empresa absolutamente familiar en la que su suegro puso la tierra y Rosellón, ingeniero agrónomo a punto de cumplir los 50, se encargó de hacerla producir.

Jaime, el director de Viña Neyén
Jaime Rosellón, director de Viña Neyén

— Y mi esposa toma las fotos—, dice con un dejo de picardía.

En seguida vamos a visitar el viñedo, inserto dentro de una gigantesca propiedad de 1 300 hectáreas que incluye algunos cerros vecinos. Más allá, del otro lado del valle, se encuentran bodegas como Montes –del prestigiado enólogo Aurelio Montes, uno de los renovadores del vino chileno– y las francesas Las Niñas y Casa Lapostolle, que ya se transformaron en emblemáticas de este particular terroir, cada vez más cotizado, del Valle de Colchagua, una de las regiones que le han dado prestigio en especial a los vinos tintos del país sudamericano.

Mientras caminamos por un surco de este viñedo de 145 hectáreas (una buena parte de las uvas las vende a otros productores), la aseveración inicial de Rosellón cobra sentido cuando descubro cientos de parras centenarias (plantadas en 1890) cabernet sauvignon, bajitas, con sus troncos gruesos, ásperos y retorcidos, que en esta época del año en que la planta hiberna parecen almas en pena. Aunque más joven, el resto del viñedo está compuesto por carmenère.

— Si somos la más antigua plantación, tenemos derecho de llamarnos así—, dice.

Y es que Neyen (se pronuncia /neyén/) es una palabra mapuche que quiere decir “espíritu”, y que da nombre al único vino que produce esta casa: mezcla de cabernet sauvignon y carmenère a partes iguales.

Durante la comida –junto a la bodega, Rosellón tiene una sencilla casa con un patio al centro– probé el Neyen 2005, su más reciente añada disponible. Un vino aterciopelado que Rosellón califica como “femenino”, cuyo equilibrio y firmeza se han logrado, en su opinión, gracias a estas parras experimentadas y, por supuesto, gracias al trabajo del enólogo francés Patrick Valette (Château Pavie, Burdeos).

Neyen produce sólo 3 500 cajas al año.

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Casa Lapostolle también se encuentra en el Valle de Apalta.

Se trata de una bodega orgánica y biodinámica, fundada en 1994, cuyo edificio se confunde con la colina de piedra en que fue construido y del cual resalta un peculiar costillar. Se ubica al fondo de un valle en forma de herradura, desde cuyas alturas se puede contemplar un paisaje majestuoso, protagonizado por sus 185 hectáreas de cabernet sauvignon, merlot, petit verdot y carmenère.

Es propiedad de Alexandra Marnier Lapostolle, de la familia de los dueños del licor Grand Marnier, una aristócrata francesa que reparte su tiempo entre Francia, Suiza y Chile.

Además de su discreto y orgánico diseño, la bodega es un prodigio de ingeniería. Funciona por gravedad, lo que quiere decir que las uvas, cosechadas, seleccionadas y despalilladas a mano, llegan en pequeños receptáculos a la parte alta.

Reventada la uva, el jugo baja al siguiente nivel del edificio para fermentarse en tanques de madera, mediante un sistema de conexiones que no requieren el uso de bombas; posteriormente va bajando otros dos niveles, trasegándose el vino en diferentes barricas de roble francés y, al final, ensamblándose.

En el nivel más bajo hay una impecable sala de barricas y sala de degustación. Una mesa de cristal, sobre la cual se hacen las catas, es a la vez la puerta de entrada a la cava particular de la señora Marnier.

Casa Lapostolle se encuentra en el Valle de Apalta, en Colchagua

Casa Lapostolle hace vinos monovarietales y ensamblajes. Su vino insignia es Clos Apalta, ensamblaje de carmenère, merlot y cabernet sauvignon, que el año pasado ocupó el primer lugar en el top 100 anual de la revista estadounidense Wine Spectator. Jacques Begarie es el enólogo de la casa, y cuenta con la asesoría del famoso flying winemaker Michel Rolland.

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Mañana fría y nebulosa en San Fernando, una de las poblaciones principales de Colchagua.

Vengo a visitar el viñedo Los Lingues de Casa Silva, a unos cuantos kilómetros de los pies de la cordillera andina.

El lingue era un árbol muy común en estas zonas, aunque ahora la verdad es que quedan pocos, me dice Felipe Varela, un joven ingeniero comercial, proveniente de una familia de agricultores, y quien me sirve de guía en esta excursión.

Casa Silva es una bodega familiar, manejada por Mario Silva y tres de sus hijos, que desde su fundación, en 1997, se ha caracterizado por hacer vinos finos, fruto de un proyecto enológico riguroso encabezado por Mario Geisse, otra de las figura de la enología chilena.

El fundo (como le llaman los chilenos al viñedo) Los Lingues forma parte de un extenso valle, de suelos en general poco fértiles, pedregosos y con buen drenaje donde se cultiva, entre otras uvas tintas, la carmenère.

Viñedo Los Lingues de Casa Silva

Varela hace un alto en el camino para que tome una foto a una pequeña estación meteorológica colocada a la orilla de la terracería, algo que ya habla de su meticuloso manejo de viñedo. Más adelante detiene de nuevo su camioneta y caminamos por otra parte del terreno, más semejante a un montículo.

Varela explica una de las características bien conocidas de la carmenère: que es una cepa con proceso de maduración largo; de hecho, la última en cosecharse en Chile. Antes la cosechaban verde, dando como resultados vinos con sabores muy herbáceos difíciles de tomar.

Pero también hay quienes, señala Varela, se esperan a que esta uva esté sobremadura como una maña para esconderle sus defectos.

Todo esto viene a cuento porque Casa Silva es la primera vinícola sudamericana que ha desarrollado un proyecto de microterroir, en conjunto con la Universidad de Talca. Es decir que han estudiado a fondo cada parcela de terreno, mapeando y dividiéndola en pequeñas zonas con el fin de hacer diferentes cosechas y vinificaciones por separado.

En el fondo, se trata es de cosechar la carmenère en su momento justo, atendiendo a las distintas condiciones que un mismo terroir puede tener.

El resultado de este trabajo se puede degustar en el vino Microterroir De Los Lingues Carmenère (que aparece reseñado en la sección Recomendaciones de esta edición).

Otros vinos que tuve oportunidad de probar son: Casa Silva Sauvignon Blanc Cool Coast 2009, vino con una frescura y una mineralidad muy interesante y más por provenir de Colchagua; Casa Silva Quinta Geneación Red 2007, blend de carmenère, syrah, cabernet sauvignon y petit verdot, y Casa Silva Altura 2004, blend de carmenère, cabernet sauvignon y petit verdot.

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Después de visitar viñedos que reciben la gélida frescura andina, no imaginaba que en un país de tan sólo 200 kilómetros de ancho pudiera existir, con diferencia de unos pocos kilómetros, un lugar más bien cálido y subhúmedo como Palmería de Cocalán, en la parte central del Valle de Cachapoal, a dos horas al sur de Santiago.

Se trata de un hermoso valle cubierto de palmeras gigantes, digno escenario para que Spielberg continúe la saga de Jurassic Park.

La Palmería de Cocalán, propiedad de Viña La Rosa

Es el único parque nacional privado de Chile y es propiedad de Viña La Rosa, establecida en 1824.

Voy en compañía del enólogo Juan Ignacio Cancino, de Gastón y Guadalupe, transitando por un camino de terracería. Las palmeras que menciono son palmeras chilenas (Jubaea chilensis), de las cuales se enamoraría don Reca Ossa, descendiente del fundador de la bodega, prometiéndose a sí mimo hacerse algún día de este paraje (y lográndolo al final de su longeva vida).

En este sitio, uno de los tres viñedos de la compañía y considerado como la joya de la corona, se plantaron en la década de los noventa cepas de cabernet sauvignon, cabernet franc, syrah y carmenère, de cuyos frutos saldrán en 2011 los primeros vinos orgánicos de esta casa.

Momentos antes tuve la oportunidad de convivir, en las instalaciones principales de La Rosa –ubicadas en Peumo–,  con Ismael Ossa, presidente de la compañía y accionista principal, quinta generación de esta familia de linaje vinícola.

Ismael, hombre divertido, de mucho carácter, apasionado por la música y el cine mexicanos, es el responsable de la modernización de esta vinícola que, como la gran mayoría, tiene sus principales mercados en Estados Unidos, Europa y Asia.

Entre los vinos que catamos figuran La Palma Sauvignon Blanc 2009, aromático y  untuoso; La Capitana Chardonnay 2008, con 50%  de fermentación maloláctica y barrica de roble francés; La Capitana Carmenère 2008, con uvas de dos de sus viñedos: La Rosa y Palmería; y especialmente Don Reca 2008, blend de cabernet sauvignon, merlot, syrah y carmenère, vino de gran complejidad.

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A unos 500 kilómetros al sur de Santiago se encuentra la exuberante región del Bío-Bío (llamada así en alusión al canto de un ave endémica de Chile).

Aquí, muy cerca del mar helado, se encuentra la apacible Concepción –la segunda ciudad con más habitantes del país (con apenas 200 000)–, caracterizada por su alta población estudiantil.

Yendo ligeramente hacia el noreste, por una carretera cubierta de pinos, se encuentra el Valle del Itata, una región que, no obstante ser una de las cunas de la viticultura chilena (la cepa país, también conocida como misión, es una de las más plantadas), recién está naciendo para la viticultura de calidad.

Fundada en 2001, Viña Chillán es una pequeña bodega que habla de los nuevos tiempos para la zona.

Propiedad de un par de socios suizos, la viña está al cargo de uno de ellos, Rudolf Ruesch, de 38 años, casado felizmente con una chilena.

Rudolf Ruesch, de Viña Chillán

“Creemos”, dice Rudolf, “que aquí el clima es muy favorecido por las diferencias de temperaturas; también porque aquí podemos ser más conocidos que en Colchagua u otras regiones del Valle Central, donde seríamos uno entre muchos”.

Hasta el momento, Viña Chillán tiene sembradas poco menos de 20 hectáreas de una gran variedad de uvas tintas, entre las que destacan carmenère, malbec y pinot noir, cuyos vinos han empezado a llamar la atención de la crítica, como el caso del Viña Chillán Pinot Noir 2006.

Otro de los distintivos de esta bodega es que elaboran vinos blancos con las cepas merlot y carmenère, rarezas en la gran oferta del país andino.

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Ubicada también en el Valle del Itata, Viña Casanueva ejemplifica la búsqueda de las vinícolas chilenas por hacerse de un lugar en un mercado cada vez más competido, a través de propuestas originales y no exentas de riesgo ni polémica.

El nombre de su vino insignia lo dice todo: Cavas Submarinas.

Se trata de un proyecto de guarda de botellas bajo el mar. La idea se le ocurrió a Patricio Casanueva, el heredero de esta bodega, mientras buceaba en las aguas de Puerto Velero, al norte de Chile, buscando precisamente un ancla.

“Es un tema organoléptico”, asegura Ariel Muñoz, sommelier, gerente de exportaciones de la empresa y, al igual que Patricio, buzo. “El vino evoluciona de una manera diferente (en las profundidades del mar). Tiene una concentración de aromas mucho mejor, no se oxida”.

Ariel, de 35 años, me recibe en el viñedo, donde tienen plantadas 87 hectáreas (la mayoría sin riego), entre las cuales 27 son de pinot noir, una cepa en la que los productores de estas regiones sureñas están depositando grandes esperanzas.

Viña Casanueva, en el Valle de Itata, una de las regiones vitícolas más sureñas de Chile

Probamos, entre otros, el Cavas Submarinas Pinot Noir-Carmenère 2007, en la cual la cepa carmenère (con sólo 15%) muestra su dominancia.

Hay que aclarar que no todos los vinos de esta etiqueta cuentan con guarda submarina sino sólo aquellos que tengan una pequeña etiqueta plateada. Para aquellos interesados en el “buceo enológico”, este proyecto ofrece también la posibilidad de ir a bucear a las cavas submarinas, y se localiza en la bahía de Zapallar.

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Así transcurrió esta visita a Chile, cortesía del organismo oficial Prochile, donde pude catar algo más que vinos: la cultura de una promisoria nación, bicentenaria como la nuestra, de la cual tenemos varias cosas que aprender. Tal vez más de las que creemos.

Comentarios

1 respuesta a «Chile, viaje a los vinos prémium»


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