Los caldos del Nuevo Mundo –como se ha nombrado a aquellos elaborados en países que fueron colonizados por naciones europeas– han elevado sus exportaciones y democratizado el consumo del vino a nivel internacional. Descubra aquí cuáles son las principales diferencias entre los vinos europeos y los de sus antiguas colonias.
Por María Eugenia Monroy / Foto Rodrigo Vázquez
Los últimos 40 años han transformado la industria vitivinícola mundial. Europa y su añeja tradición como productora de vinos encontró en los calurosos países al sur del Ecuador un voluntarioso contrincante que la desafió con caldos de corte moderno, sabores afrutados y actitud desenfadada. Estos nuevos productores dejaron de lado los procesos de elaboración tradicionales que por siglos han prevalecido en Europa, se concentraron menos en el terruño y más en la cepa –materia prima de estos vinos de una sola variedad– e innovaron con distintas técnicas en su fabricación.
Como era de esperarse, los enólogos más tradicionales respingaron diciendo que estos países –Australia, Nueva Zelanda, Argentina, México, Uruguay, Estados Unidos, Chile y Sudáfrica, entre otros– habían “abaratado” el vino al grado de convertirlo en una bebida tan popular como la Coca-Cola. Sin embargo, la nueva generación de productores ha defendido a capa y espada sus caldos, asegurando que gracias a ellos los consumidores en ciernes conocen más de cepas, tienen acceso a botellas de precio accesible y, sobre todo, han incrementado la oferta con botellas de buena calidad.
El debate continúa generando reflexiones, encuentros y desencuentros en ambos bandos. En los últimos años, los productores del Nuevo Mundo han valorado más el papel que juegan el clima y la tierra en el cultivo de la vid mientras que en Europa se ha buscado modernizar algunos aspectos de la producción para ser más competitivos. Los afortunados hemos sido los consumidores, que ahora podemos elegir entre una amplísima y cada vez mejor selección de vinos de todas las regiones.
Vinos europeos o del Viejo Mundo
Durante años, Francia, España e Italia han sido sinónimo de grandes vinos. La esmerada manufactura de sus caldos aunada a siglos de tradición y reglas estrictas han hecho de la producción y el cultivo de la vid en el Viejo Mundo un mito. Y es que la mayoría de estos caldos se elabora mezclando vinos diferentes –ya sea de dos o más variedades de uva– para que cada una aporte lo mejor de sí, dando origen a vinos equilibrados. Gracias a su cultivo en regiones templadas, donde la temperatura se mantiene entre 15 y 20°C a lo largo del año, cuentan con bajos niveles de alcohol, sabores térreos y minerales, así como un alto grado de acidez, características que en conjunto los hace discretos y elegantes.
Sin embargo, su complicada elaboración, el desconocimiento de sus altos estándares de calidad y la dificultad para memorizar las denominaciones territoriales de las cuales provienen –Corbières, Languedoc-Rousillon, Bierzo o Valdepeñas, por mencionar un par de ejemplos– han provocado que sólo una pequeña parte de los consumidores los conozcan y valoren.
Dignos representantes de esta corriente son los caldos producidos por casas como Remelluri y Faustino, ambas de la Rioja, Château Lafite Rothschild, de Burdeos o Gaja, del Piamonte. Ahora bien, si tiene ganas de despilfarrar –o de invertir en botellas extraordinarias– busque el Pingus de Dominio de Pingus (Ribera del Duero, España), L’Ermita de Bodegas Álvaro Palacios (Priorato, España); Vega Sicilia Único Reserva Especial de Grupo Vega Sicilia (Ribera del Duero, España) y Le Montrachet de Domaine de la Romanée-Conti (Borgoña, Francia).
Vinos del Nuevo Mundo
Quizás haya escuchado que son vinos explosivos y, para muchos, demasiado experimentales y modernos porque se han atrevido a jugar con distintas cepas, mezclas y tiempos de barrica. Es cierto y esto no los demerita. Dado que su clima es más caluroso que en tierras europeas, sus vinos son desbordantes en aromas, de sabores directos e intensos, menor acidez, pero mayor consistencia y concentración alcohólica. Quizá su talón de Aquiles sea que por estas características se les haya juzgado como faltos de carácter y que en muchas ocasiones un mismo tipo de uva se cultiva en regiones tan vastas como Australia y California, sin guardan la misma calidad que uno esperaría de un Burdeos o un Ribera del Duero.
Pero para los neófitos ha sido más fácil “entenderlos” por su sabor afrutado y porque buena parte de ellos son “varietales”, es decir, que se elaboran con un sólo tipo de uva; así han surgido verdaderos apasionados de cepas como la Pinot Noir, la conocida Cabernet Sauvignon o la blanca Chardonnay, muy cultivadas en Europa, pero ocultas bajo el nombre de sus Denominaciones de Origen.
Estos factores le han permitido a países como Australia, Estados Unidos, Sudáfrica, Chile, Nueva Zelanda, México, Argentina o Uruguay ofrecer precios más accesibles y llegar a un público más amplio y menos entendido.
Actualmente los vinos australianos están considerados los de mejor manufactura, así que aventúrese a probar un Koonunga Hills (Shiraz-Cabernet) de la casa australiana Penfolds, pero no desdeñe un argentino Luigi Bosca Reserva (Cabernet Suvignon) de las bodegas Leoncio Arizu, o un mexicano Adobe Serafiel (Cabernet Sauvignon y Shiraz) de la vinícola Adobe Guadalupe.
Si quiere invertir en estos caldos de corte moderno, busque Grange Hermitage de la casa Penfolds (Australia/ Shiraz), Napa Valley Pinot Noir Reserve, de Robert Mondavi (Estados Unidos/ Pinot Noir) y Kanonkop Paul Sauer de Kanonkop (Sudáfrica/ Cabernet Sauvignon).