Camino en una noche de verano por uno de los barrios más famosos de la ciudad de Nueva York, el East Village, al mismo tiempo que recuerdo en sus calles su historia.
Por María González Valdez
Estas fachadas que veo han sido cuna de varios movimientos artísticos y culturales. Uno de ellos, The exploding Plastic Inevitable, iniciado y promovido en 1966 por Andy Warhol, uno de los padres del arte pop, consistía en una serie de conciertos de la banda de rock Velvet Underground. Fue aquí también en donde se abrió en 1967 un antro famoso de nombre The Electric Circus que contaba con un espacio en donde los artistas podían hacer acrobacias, teatro, espectáculos de luces y conciertos. Entre los míticos grupos que participaron en aquella época se encontraban Grateful Dead, The Chambers Brothers y Sly & the Family Stone.
En este vecindario de calles angostas y edificios pequeños, individuos de todas las nacionalidades circulan entre la variedad de negocios (arte, artesanías, artículos psicodélicos, piercing) y las pequeñas plazas se inundan de la música de algunos aficionados que tocan al aire libre.
Desde comienzos del año 2000 la población de estudiantes y jóvenes profesionistas se ha multiplicado, dando paso a la apertura de nuevos, diversos y numerosos lugares de reunión, tales como bares, antros, restaurantes y por su puesto no podían faltar los wine bars.
En esta noche de viernes, donde el calor y la humedad se combinan, me detengo justamente frente a uno de estos wine bars cuyos propietarios no se quebraron la cabeza para bautizarlo, pues se llama justamente así: Wine Bar, y es un clásico de Nueva York en la época del verano. Un aroma ligeramente dulce se respira en el ambiente. Su interior es cálido y estrecho y las conversaciones pueden ser escuchadas por todos, algo a lo que los neoyorquinos están más que acostumbrados.
Las paredes están decoradas con botellas impecablemente alineadas. La iluminación, en la que prevalecen los colores rojizos, es suave. Una serie de velas oscuras le dan un toque delicado y a la vez romántico a las mesas altas de madera, pintadas en un tono verde olivo. Wine Bar ofrece un espacio íntimo, acogedor y a la vez sofisticado, ideal para disfrutar de un buen vino, de entre su larga y respetable lista (40 dólares por copa y 250 por botella).
Me encuentro con Kyle, gerente del lugar. Este hombre no pasa de los 40 años, estatura media, tez morena, ojos grandes oscuros, alegre y carismático. Lleva una camisa negra casual de manga corta, atuendo común en el personal que trabaja en este tipo de negocios. Originario de Líbano, Kyle realizó sus estudios de arte culinario en Francia y posteriormente se mudó a Nueva York. Ha trabajado aquí desde su apertura, hace alrededor de cuatro años y ahora está al cargo. Comenta que la idea inicial era abrir un espacio con mesas comunales para dar una sensación de calidez y cercanía entre los clientes y así facilitar y promover la interacción entre ellos, y quizá la creación de nuevas amistades, puesto que en esta cosmopolita ciudad, en ocasiones se pueden desarrollar conversaciones entre extraños con cierta facilidad, pero formar un lazo mas allá de ello resulta un poco más difícil, debido a la infinidad de idiomas, razas, creencias y estilos de vida.
Kyle dice que los vinos que se ofrecen son de la región mediterránea, básicamente de Italia, Francia y España. Varios de ellos son vinos boutique, lo que le da al bar un toque de exclusividad. Al preguntarle por los vinos mexicanos dice que no se atrevería a dar una opinión ya que hace algunos años tuvo la oportunidad de probar uno o quizá un par de ellos, lo cual recuerda vagamente.
Enseguida me habla de la forma en la que exhorta a sus clientes a degustar el vino. En una bandeja de madera coloca tres vasos de cristal y en cada uno sirve una pequeña cantidad de vino, ya sea del mismo tipo de uva o de características muy similares. Así, los clientes pueden aprender, comparar y apreciar los diferentes sabores, cuerpos y aromas y acompañar el de su agrado con algo para picar o bien con una cena completa. Un detalle que percibí y que Kyle confirma, es que al probar los vinos de los tres diferentes países, sucede que a varios de los clientes que gustan de los franceses y los españoles, les cuesta un poco decidir entre uno u otro y al final, en su mayoría, optan por los ibéricos. Esto no deja de parecerme raro, tomando en cuenta que un gran número de consumidores, no sólo de vinos sino de cualquier otro artículo, piensan que a mayor precio mayor calidad, lo cual no siempre es así.
“El vino es como el ser humano: uno puede formarse una idea de él, pero nunca se sabe como es realmente hasta que se le prueba”, dice Kyle. Añade que en los cuatro años que este bar ha estado en funcionamiento, es apenas en este último en donde él ha notado un incremento en el interés por parte de los neoyorquinos en el vino (es por eso que en sus inicios este espacio fue bautizado simplemente como Wine Bar, ya que no existían muchos lugares de este tipo). Por supuesto que hoy en día visitar un wine bar y someterse a la fascinante experiencia de la degustación es cada vez más popular en la Gran Manzana. El clima juega un papel importante en el consumo, ya que por lo regular en verano los clientes eligen en su mayoría los vinos blancos o rosados (por servirse fríos) y en invierno son preferidos los rojos (que se beben a temperatura ambiente).
Aunque Wine Bar es frecuentado por los más diversos clientes (desde el corredor de bolsa, hasta el estudiante de New York University), el mayor porcentaje lo constituyen las mujeres, las parejas en su primera cita y las personas relacionadas con la industria de la moda. También se han visto algunas celebridades, como la hermana de Paris Hilton y Mikhail Baryshnikov (conocido como Alexander Petrovsky en la popular y muy conocida serie de televisión Sex and the City).
Mientras la cálida noche transcurre, disfruto de una ensalada de cangrejo mezclada con arúgula y pepino y sazonada con menta fresca y cominos, a la vez que mis sentidos se deleitan con una copa de vino blanco español Albariño de la región de Rias Baixas en Galicia. Mirando hacia el exterior, observo a través del cristal a la multitud que inunda las calles. Con curiosidad escucho una conversación sostenida en la mesa de al lado, entre un fotógrafo y una de sus modelos en la que él comenta que al estar en este lugar, le había surgido la idea de incluir una copa de vino como un nuevo elemento en una sesión de fotografía previamente agendada. En la mesa de atrás un trío de amigas comentan algunos detalles sobre sus citas amorosas.
De pronto acude a mí esa frase mexicana tan popular de “la última y nos vamos”. Me decido por un sauvignon blanc Chateau La Gatte, de Bordeaux. Ligeramente seco. Mientras lo bebo tranquilamente, observo la poca gente que aún circula por las calles. En mi imaginación corre la película de lo que ha sido esta experiencia, y a juzgar por ello, puedo decir que visitar un wine bar en Nueva York es mucho más que simplemente disfrutar de una copa de vino, es incitar a la imaginación a dar un recorrido fascinante por el mundo a través de los sentidos.
Comentarios
1 respuesta a «Reporte desde Nueva York: Viernes de verano en el East Village»
Por supuesto que hoy en día visitar un wine bar y someterse a la fascinante experiencia de la degustación es cada vez más popular en la Gran Manzana. El clima juega un papel importante en el consumo, ya que por lo regular en verano los clientes eligen en su mayoría los vinos blancos o rosados (por servirse fríos) y en invierno son preferidos los rojos (que se beben a temperatura ambiente). https://sextoyuytin.com