Oler el corcho

Cuántas veces no hemos llegado a un restaurante acompañados por nuestra pareja, un grupo de amigos, o con el fin de cerrar un importante negocio, y lo primero que hacemos es pedirle al mesero en voz alta, la carta de vinos.

Por Rodrigo Rojas

Después de revisarla durante 20 minutos, solicitamos una botella, la cual el mesero nos acerca, quizá de una manera temerosa, esperando que efectivamente corresponda con la etiqueta solicitada.

Es en ese preciso momento cuando inicia el importante ritual de abrir una botella de vino.

El mesero comienza quitando la cápsula. Después, de una manera cautelosa descorcha la botella. Y al final nos pone a un lado el corcho, el cual tomamos y lo acercamos a la nariz, buscando en nuestros archivos mentales la correspondencia entre los aromas que percibimos y el modelo ideal de vino que está en nuestra mente.

Posteriormente, inhalando profundamente con los ojos entornados (con el fin de demostrar a la mesa nuestros amplios conocimientos en el tema del vino), aspiramos profundamente y hacemos la siguiente declaración:

—¡Es un excelente vino!

La realidad, sin embargo, es que el corcho simplemente deberá oler a… corcho.

Lo que realmente podemos detectar al oler, tocar y ver el corcho es que éste mantenga su integridad, por lo tanto que cumpla con la función de preservar las características particulares de cada vino, evitando que el oxígeno penetre a la botella provocando cambios químicos desagradables en la bebida.

Rodrigo Rojas es gerente de centros de consumo de bodegas Santo Tomás.


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