Cobert vs. Hirst

Mientras la exposición “Ashes and Snow” sigue rompiendo todos los récords de asistencia en el Museo Nómada —montado en pleno Zócalo de la Ciudad de México—, Gregory Colbert arremete contra Damien Hirst, el genio del Brit-Art: “Yo soy el antivirus de lo que él plantea”. ¿Tienen algo en común las propuestas de estos dos populares artistas?

Por Beatriz Bastarrica

Tengo dos imágenes ante mí: en una, un muchacho de rasgos orientales duerme —o quizás medita con los ojos cerrados— en compañía de un imponente leopardo, con quien parece coexistir pacíficamente, en dulce armonía. Se apoya en él.

En la otra, una gran caja transparente alberga el cadáver de un ternero conservado de forma exquisita. Al aproximarnos a la vitrina por uno de los costados, el cuerpo parece intacto, pero desde el lado contrario, puede observarse que ha sido abierto en canal, de manera que los órganos del animal han quedado pulcramente al descubierto.

El nombre de Gregory Colbert, autor de la primera de las imágenes, aunque aún no mediáticamente disperso por todo el globo, es cada vez más conocido. Desde enero de este año su muestra itinerante de fotografías y videos titulada “Ashes and Snow” ocupa el Zócalo de la ciudad de México. Miles de personas han acudido a visitarla, no sólo ahí, sino en todas las ciudades del planeta por las que ya ha pasado.

Su proyecto cuenta también con una página web —patrocinada, por cierto, por una conocida marca de relojes de lujo—, en la que el autor, que reunió y sigue reuniendo las fotografías y películas que integran la exposición durante sus viajes por lugares exóticos de todo el mundo, señala: “(…) con mi trabajo busco redescubrir esa tierra común que una vez existió cuando las personas vivían en armonía con los animales. Las imágenes muestran un mundo que no tiene ni principio ni fin, ni un aquí ni un allí, ni pasado ni presente.”

La vocación de Colbert se rebela, así, universal, panteísta, y casi mesiánica. Su visión forma parte de una corriente artística de fin de milenio que, siguiendo los pasos de creadores de antaño como Gauguin o Artaud, se afana en “espiritualizar” el mundo occidental a través de la documentación poética e idealista de culturas remotas que viven en estrecho contacto con la naturaleza. En esa línea, cintas como Baraka o Koyaanistqatsi explotan lo recóndito y nos hacen sentir parte de un universo complejo, fascinante, peligroso, sublime, pero sobre todo, lleno de amor. Un universo en el que este amor es una fuerza omnipotente.

¿Qué podría relacionar a este artista poético e idealista con el autor de la otra pieza?

Ese otro autor se llama Damien Hirst, artista británico que lleva un par de décadas en la más absoluta cresta de la ola mediática y que se nos aparece casi como la némesis de Colbert: sus piezas suelen girar alrededor de conceptos como la muerte, el dolor, la enfermedad y la pérdida, y son, frente a la paz espiritual propuesta por Colbert, una apología de la violencia. Contenida, sí; detenida, también; pero violencia al fin y al cabo. La violencia de la muerte, de los mataderos, de la sangre, de la descomposición, la violencia del fin de todo. Y también del sarcasmo, el implacable sarcasmo y humor negro presente en casi toda su obra.

Nacido en 1965 en un hogar modesto de Bristol y tras haber vivido una adolescencia conflictiva rayando en lo delictivo, en 1988 Damien Hirst —por entonces un estudiante de arte en el Goldsmith’s College de Londres— organizó una exposición colectiva que cambiaría su destino y el de todos quienes participaron de ella: “Freeze”. Surgida durante los últimos años del gobierno de Margaret Thatcher, “Freeze” encarnaba con absoluta precisión el clima de desencanto, desasosiego, malestar y frenesí mediático del régimen lidereado por la primer ministro. Haciendo gala de estrategias de producción artística bautizadas como “neo-conceptuales”, Hirst y sus secuaces se apoderaron no sólo de un sitial de honor en la escena académica del arte londinense, sino que hicieron su entrada triunfal a las primeras líneas de la cultura popular inglesa y mundial.

El resto es historia.

Pero volvamos al meollo de la cuestión, a la posible polarización entre las ideas y los productos visuales de ambos creadores.

Colbert y Hirst, Hirst y Colbert. Opuestos, diferentes, enfrentados… ¿o no?

¿Son realmente tan distintos? ¿Lo son en la forma, en el fondo, en ambas o en ninguna?

Veamos: Hirst es un claro apologista de la muerte, mientras que Colbert parece apostar por la vida, conseguida gracias a la armonía entre todos los seres —algo que Hirst, nihilista convencido, al menos hasta hace poco tiempo, rechaza.

Por otro lado, el elitismo de Hirst —sus obras se venden en cientos de miles de dólares, algunas en millones— y su necesidad casi patológica de polemizar, contrastan con el populismo de Colbert, cuya obra, cálida, conciliadora y pretendidamente poseedora de valores universales es capaz de arrastrar a miles de personas hasta el lugar donde se esté exhibiendo.

Y más: Hirst mancilla la integridad de la vida. Disecciona, viola, pervierte los cuerpos y luego los expone abiertos al público. Colbert, sin embargo, no toca ni un pelo de sus modelos. Su web se encarga de repetir en más de una ocasión que las fotos son producto de situaciones reales y que nadie resultó maltratado durante su realización.

Pero lo fascinante de todo esto es que también hay puntos de contacto. Y no son pocos. Por ejemplo —y más allá de la obvia coincidencia en el uso de animales—: por más que Colbert haga hincapié en lo contrario, sus imágenes están altamente manipuladas (¿o suelen ustedes ver con frecuencia a un leopardo, felino conocido por su ferocidad, durmiendo la siesta junto a un niño?), casi al mismo nivel que las de Hirst, quien somete a los cadáveres que utiliza a un complejo proceso de disección y conservación. Como en tantas otras propuestas artísticas, hay en la obra de ambos artistas un elevado nivel de artificiosidad. Recordemos que el arte no tiene por que retratar la realidad tal cual es. Con propiciar una reflexión sobre ésta, puede ser suficiente —y a veces, más que suficiente—. En el caso de estos dos artistas, esta reflexión circula por el canal de lo sublime, de todo aquello que nos subyuga y nos hace sentir pequeños. Ellos, ambos, fuerzan al límite sus composiciones y las ideas que éstas contienen para lograr dicho sentimiento arrollador, a la par de categoría estética.

Otras dos cualidades de “ambiente” aparecen en la obra de nuestros dos oponentes: el tiempo detenido y el silencio que de éste se deriva. Tanto Hirst como Colbert crean o recrean situaciones de bajo nivel narrativo, atemporales, en las que resulta difícil imaginar alguna clase de diálogo entre los protagonistas de las mismas. Todo parece quieto, incluso cuando se muestra alguna clase de movimiento. Esa es una efectiva estrategia para provocar en el espectador el sentimiento de lo universal. Ni Colbert ni Hirst la inventaron, pero desde luego sí saben utilizarla para su propio beneficio.

Porque lo que en realidad están haciendo ambos artistas es reflexionar —y moralizar, cada uno a su estilo— sobre dos temas universales e intrínsecamente unidos: la vida y la muerte. Los extremos se tocan. Aunque suene de perogrullo, al nacer, todos lo hacemos bajo la premisa de que algún día moriremos; al mismo tiempo, no se sabe de nadie que haya muerto sin antes haber vivido… Y quizás ésta sea la principal razón del éxito desmesurado de los dos creadores: ni una sola persona en este mundo puede permanecer totalmente indiferente ante algo que le pasa y le pasará. Con estos temas, imposible fallar.


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1 respuesta a «Cobert vs. Hirst»

  1. Juan carlos Baena

    Hirst se muestra como el lado oscuro y Colbert presenta un lado amable; Los dos funcionan como artistas de extremos, sinembargo creo que tanto Hirst como Colbert, se ven amenazados por un artista al que llaman Maquiamelo, cuya propuesta es de lejos mucho más impactante y oscura que la del propio Hirst, ya que o te intriga o te perturba, pero si bien una primera lectura puede ser de ese calibre, una segunda aproximación nos puede llevar a descubrir una belleza superior a la propuesta de Colbert, a quien por cierto admiro desde hace rato tambien, pero entre Hirst y Colbert, mi elección empieza a ser Maquiamelo.