“No creo en Zimmerman”, escribió John Lennon en una de sus canciones, después de su propia vorágine de éxito con The Beatles. Pero lo que pasaba es que ya no creía en la realidad-sueño, de reyes e ídolos que apabullaban su mente. Era mejor creer en sí mismo. Para Robert Allen Zimmerman, alias Bob Dylan, ser uno de esos ídolos (¿o reyes?) ha sido simplemente una circunstancia. Pero definitivamente ha creído en sí mismo también.
Por Aldo Prieto
Al escuchar en este momento una de las grabaciones de Bob Dylan, me surge una metafísica cuestión. ¿Ser leyenda, artífice y portento de la cultura musical de nuestros días, le valdrá al señor Dylan lo suficiente, como para no volverse loco precisamente por ser Bob Dylan? La extraña combinación de agridulce introspección, protesta, filosofía, rabia, y los mil colores de sus canciones, indudablemente sí han vuelto loco a más de alguno de los miles de músicos, trascendentes o no, que se han fascinado con sus sonidos.
Se dice fácil, pero Bob Dylan, primer disco grabado por un veinteañero Robert (lo de “Dylan” proviene de su admiración al poeta Dylan Thomas), fue grabado hace más de 45 años. Creo que el chiquillo que aprendió a tocar el piano de segunda mano de su no favorecida familia, nunca imaginó siquiera grabar un solo álbum, pero ya soñaba que iba a ser un héroe del rock, según él mismo escribió en sus memorias.
Vamos a ver: ante cualquiera que tenga menos de 40 años, su discografía se alza grandiosa, y hasta un poco inasible. Porque aquí los mayores alegan que se necesita haber crecido al mismo tiempo que Dylan para entender sus canciones desde aquel entorno y circunstancias. Pero no, ahora que las escucho, siento que siempre han estado ahí, y que las escribió “alguien” sólo porque debieron ser escritas. Y eso que crecí escuchando más a los que hicieron covers de sus ya clásicos temas. Y a los que le han hecho cientos de homenajes, y a los que han compuesto ya miles de himnos “a la Dylan”. Pero su icono sigue ahí, alérgico a la erosión, y al mismo tiempo deliciosamente añejo. Bono, de U2, dijo alguna vez que una de las razones por las que ama a Bob Dylan es porque realmente aparenta la edad que tiene.
¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre para ser llamado hombre? Hablemos ahora de su segundo disco, que para la mayoría de los músicos representa una maldición. Resulta que The Freewheelin’ Bob Dylan es ahora uno de los más emblemáticos álbumes de la música popular del siglo xx, y de la historia del rock. Incalculable su valor, hasta del propio acetato en las subastas: desde 600 hasta más de 10 mil dólares, dependiendo de la edición y de las condiciones físicas. Ahora sí, los coleccionistas exclamarían “maldita sea”, y ahora yo también lo exclamo, porque estoy de nuevo embrujado ante este disco de poemas terrenalmente sublimes (¿o sublimemente terrenales?), cantados por un mal cantante (dicen que en sus inicios, lo despidieron de un bar en el que tocaba, porque su voz irritaba a la concurrencia), musicalizados con una sola guitarrita, y una armónica que quisiera despertarte a la realidad, pero no puede.
Y de ahí viene una treintena o más de álbumes, conteniendo un legado de ensueño (Lennon de nuevo se desesperaría), trayéndonos más enigmas, más arrullos, más furia, más irracionalidades. Más ruptura de sonidos y de métodos. Más arquetipos para nuestra conciencia colectiva: el tema “Like a Rolling Stone” está considerada por la revista Rolling Stone (aunque se oiga a pleonasmo) como primera en la lista de las mejores canciones de todos los tiempos.
El personaje se alimenta de sí mismo, y a veces es una autonegación, pero definitivamente es una rueda que no para de girar. Así ha transgredido. Trascendido y traspasado: del judaísmo al cristianismo, del héroe underground al divo, de lo privado a lo público. Incluso de lo ordinario a lo culto: ¡ha sido nominado varias veces al premio Nobel de Literatura!
Además, siempre ha sido pronunciado, nombrado, nunca olvidado. Ahora renovado. Su último álbum Modern Times (2006), que rápidamente escaló al número 1 en las listas, y la comentada película I’m not there (2007), donde Cate Blanchett representa a un Dylan femenino, hacen que esté de nuevo presente. Y qué decir de su actual gira por Latinoamérica, que desde que fue anunciada, ha causado grata sorpresa y un dejo de incredulidad, de asombro. Su cercanía ya eriza desde ahora los cabellos. Así que va a ser obligada la asistencia a esos recitales, so pena de un reproche eterno de parte de nuestros hijos.
Termino con una cita del susodicho: “Nadie es libre. Hasta los pájaros están encadenados al cielo”. Uy, señor Dylan… yo sólo le pido que siga haciendo todo lo que hace freewheelin’, con las ruedas libres, a su antojo.
Guadalajara, Auditorio Telmex, 2 marzo, 20:30 hrs
Comentarios
2 respuestas a «Freewheelin’, señor Dylan»
alguien sabe de alguna página donde pueda ver la trilogía de Kieslowski?? o cine de ae?
American Pie 3 en film zone right now!! Eso es cine de ae carajo!! Que #FICCO ni que nada