Tómate una copa con… Daniel Lezama

Durante su más reciente visita a Guadalajara, el pintor mexicano Daniel Lezama abrió un espacio en su agenda para charlar sobre arte y encontrar insospechadas relaciones con el mundo del vino.

Por Ana Guerrero Santos / Foto David Eisenberg

Si la longevidad del arte depende «de lo que le metiste al principio», entonces pintura y vino tienen más de una similitud.

Daniel Lezama, uno de los artistas plásticos ubicados en el top de la lista de pintura contemporánea en México, así lo plantea. Arte y vino no se pueden crear ni hacer de prisa, es imposible e infructífero tratar de marcar tiempos como si se tratara de un ámbito que más vale por cuestiones cronométricas. ¿Por qué? Porque se les resta futuro. «Una maduración más rápida es un declive más rápido», dice Lezama, quien luego de reconocerse lejano de «esa esfera de conocimiento del vino», finalmente hace la relación.

Con anunciada reserva y distancia a su consumo, pero aceptándose amante del vino añejado debido a vivencias en su infancia que tuvieron lugar en París, Francia, defiende el respeto a los tiempos de maduración. «Como pintor puedo decir que hago lo mismo, apuesto a que la gente va a contemplar mis cuadros tal vez durante toda su vida o durante años, y tienes que estar ahí presente en la obra (al momento de hacerlo) más tiempo de lo que un artista contemporáneo quisiera estar». Por tanto, así como un vino es reposado por décadas, la obra de Lezama es pincelada por días y días, semanas y más. Por eso después de ocupar las salas del Museo de la Ciudad en el Distrito Federal, está presente en el Museo de Arte de Zapopan.

La pieza central de esta muestra, La madre pródiga, «sintetiza de alguna extraña manera diez años de trabajo profesional en el campo de la pintura, otros tantos de formación artística y por lo menos treinta de intensa experiencia sentimental e intelectual», refiere el crítico y curador Erik Castillo.

Ante tal analogía y «en resabio de todo esto» a Lezama le atraen «los pesados, los cabernet, sobre todo porque me gusta mucho la carne». Y sin detenerse, añade: «La gente pregunta ¿extranjeros o nacionales? El nacional es más caro que el extranjero bueno. Y en un restaurante, de pagar 200 pesos a pagar 500 por lo mismo, sí pago mejor un vino chileno o uno argentino. Hasta un español».

Pero en principal importancia, cien veces mejor un vino añejado mediano que uno joven. Eso es de primer orden para este artista que se gana la vida mediante la pintura a la que imprime eso que la crítica llama «estética lezamiana». Y «no es que me haya vuelto mamón, simplemente hay que entender que hay diferentes niveles. Soy una persona que cree que el vino debe tomarse como se tomaba antes: dejado diez, quince, veinte años para que llegue a un punto óptimo».

Presente en Guadalajara con motivo de la apertura de su exposición en Zapopan, pero conversando sobre este tema para Vinísfera, reitera que «algo» se ha perdido en la cultura del vino. Ese algo es «la posibilidad de que el tiempo haga su trabajo». Explica que hoy día se consumen vinos económicos que acompañan la comida, pero que están imposibilitados de dar un fruto posterior. Están hechos para durar tan sólo unos cuantos años, dice. «El estándar de calidad se empuja y eso no le permite tener futuro, se va a echar a perder en dos, tres, cuatro años y eso es un giro fundamental que me parece dramático porque no le da posibilidades de crecer».

La marca de París

«Viajé a París con mi padre cuando tenía ocho años –relata el ahora connotado pintor– y yo me llamo Daniel por el mejor amigo de él, que había dejado allá diez  años antes. Se llama Daniel Beverache y una de las cosas que para mí sobresalió de ese viaje era la cultura social en Francia de tomar vino en todas ocasiones, en el sentido europeo de la degustación. Entonces para Daniel toda ocasión ameritaba sacar una buena botella, y como me vio chiquito pero interesado, me dijo ‘vas a empezar a hacer una colección de etiquetas de vino’ y me regaló un cuaderno. Todas las botellas que se consumieron en mi presencia o que fueron importantes en el trayecto como de un año, las coleccioné y las marqué. Marqué cuáles había probado y cuáles no, los niños no deben ponerse borrachos, pero pueden beber hasta una copa sin ningún problema como parte de su educación y de su vida cotidiana. Entonces yo también probaba y probé vinos de veinte, treinta años, o sea, una liga de vinos de la vieja escuela.

Daniel coleccionaba las mejores cosechas con futuro y las guardaba en su cava, entonces para mí fue un aprendizaje de conocer el sabor del vino añejado que es absolutamente incomparable a cualquier otra cosa que has probado. Luego se terminó ese periodo de mi vida, pero yo tengo todavía esa colección, ese cuaderno, con mis veinte o treinta etiquetas que coleccioné. Al paso de los años dejé de tomar vino durante mucho tiempo porque de regreso en México, durante los setenta, no había realmente una cultura del vino. Luego empezó a surgir o se empezó a difundir, a través del tiempo, la nueva forma de tomar y producir vino y sí puede ser de gran nivel, pero no se compara en ningún punto al hecho físico de dejar un vino diez, quince o veinte años y que ese vino llegue a un punto óptimo».

Lezama volvió a París en 1999, comió de nueva cuenta con Beverache y reafirmó que lo suyo son los añejados.


Publicado

en

por

Comentarios

1 respuesta a «Tómate una copa con… Daniel Lezama»

  1. eduardo

    Cómo te ubico Daniel Lezama? algún correo? Soy de Chile.