Llegaron a Estados Unidos en busca de una vida mejor y se encontraron con que los viñedos del Valle de Napa, en California, tenían mucho que ofrecerles. Empezaron desde abajo, trabajaron sin descanso y supieron detectar las oportunidades que la vida les presentó y, por supuesto, aprovecharlas. Te relatamos tres historias de mexicanos que han triunfado en la compleja y altamente competitiva industria vinícola de Estados Unidos. Ellos ahora brindan con nosotros.
Por Álvaro Gamboa
El sueño de Rolando Herrera
Cuando el sol pega de lleno en el Valle de Napa, California, el calor puede resultar insoportable. Así que fue un alivio entrar al almacén con aire acondicionado de Rolando Herrera, originario de un pequeño poblado llamado El Llano, Michoacán.
Curiosamente no me encuentro rodeado de viñedos, como quizá se puedan imaginar todos aquellos que conozcan esta región californiana, cuna del vino en Estados Unidos. Más bien estoy en un parque industrial. Y es justamente aquí donde Rolando decidió establecer su bodega a partir de 2006.
Rolando es un tipo sencillo –de apenas 42 años– que llegó por primera vez a Estados Unidos en 1975, junto con toda su familia, en busca de un futuro mejor, como tantos otros migrantes. Al verlo, pocos dirían que se trata de un exitoso mexicano. Uno de los pocos que ha triunfado en el cada vez más exigente mundo del vino estadounidense.
Como se recuerda, en 1976 el inglés Steven Spurrier tuvo la idea de organizar una cata a ciegas en París entre los mejores vinos franceses y los vinos estadounidenses que en ese tiempo comenzaban a llamar fuertemente la atención de ciertos críticos, aunque la gran mayoría no daba un quinto por ellos. La sorpresa fue que los dos vinos vencedores resultaron ser nada menos que de Napa Valley. ¡Los vinos de Estados Unidos habían ganado de visitantes!
Traigo a cuento esta historia porque el primer trabajo relacionado con el vino de Rolando Herrera fue cuando apenas tenía 17 años y lo invitaron a trabajar en Stag’s Leap Wine Cellars, bodega productora del cabernet sauvignon que ganó esta célebre cata a ciegas, la cual pasó a la historia conocida simplemente como El Tasting o La Cata de París.
Pero las cosas no fueron tan sencillas como parecen para Rolando. El trabajo que le ofrecieron en un primer momento fue en la bodega, pero no precisamente haciendo vino. Lo contrataron como albañil para construir un muro que dividía los viñedos de la residencia de su propietario, Warren Winiarski, un estadounidenses de origen polaco que desde que llegó a California le hizo honor a su apellido (Winiarski, en polaco, significa “hijo del hacedor de vino”).
La curiosidad de Rolando por ver lo que sucedía dentro de la bodega –mientras él ponía ladrillo sobre ladrillo– llamó la atención de Winiarski. Y he aquí que ocurrió algo que cambiaría por completo el rumbo de su vida: el bodeguero lo llamó para ofrecerle un trabajo relacionado con la producción de vino. Rolando no dudó en aceptar la oferta. Todo esto con la condición de que Rolando no abandonara sus estudios de la escuela (High School o preparatoria).
Y aunque inició en la pizca de uva –el trabajo más pesado de la cadena de producción del vino–, su entusiasmo y dedicación lo llevaron rápido a ir ascendiendo de nivel. Una década le bastó para subir la escalera completa y ser nombrado winemaker.
Diez años trabajó junto a Winiarski, siete de ellos fungiendo como cellar master, ¡pero esto fue sólo el comienzo! De ahí se movió a trabajar como asistente del winemaker de la bodega Chateau Potelle –ubicada también en Napa Valley–, donde aprendió técnicas naturales francesas de vinificación y fermentación.
Rolando es de los que quieren tener el control total de todo lo que hacen. Y fue en otra bodega de Napa, Vine Cliff –de los magnates Sweeney, elaboradores de unos intensos chardonnay y cabernet sauvignon muy apreciados–, donde tuvo esa oportunidad por primera vez: control sobre viñas, fermentación, barricas, añejamiento y embotellado.
Después se fue a trabajar con Paul Hobbs, el pionero entrepreneur americano del vino, con énfasis en viñedos específicos (single vineyard) no sólo en California sino también en Argentina. Su trabajo en Paul Hobbs Consulting fue particularmente enriquecedor, ya que se desempeñó como director general del área de producción, donde tuvo la oportunidad de crear varios programas de vinos boutique.
Durante esa época Rolando no perdió el tiempo y se dio a la tarea de iniciar su propio proyecto, al cual llamó “Mi Sueño Winery”. Inició como un pequeño proyecto de 200 cajas de chardonnay y evolucionó hasta lo que es ahora: una bodega que crece año con año y no se da abasto para satisfacer la demanda, con un promedio actual de producción entre 5,000 y 5,500 cajas que en su gran mayoría permanecen en Estados Unidos.
Si ustedes creen que dirigir una bodega es mucho trabajo, pues están en lo correcto. Pero no para Rolando, pues además de hacer vino para su propia vinícola, asesora a otras bodegas, como Robledo Family Winery –bodega mexico-estadounidense–, Longfellow y Baldacci, esta última vecina de las bodegas que lo iniciaron. Así, puede decirse que Rolando es un conocedor de la fruta de esta Área de Viticultura Americana (ava).
En 2005 fundó, junto con su hermano Ricardo, la compañía agrícola Herrera Vineyard Management, encargada del cuidado de viñedos.
¡Con todo esto no me puedo imaginar cuándo duerme! Y es que además Rolando es un padre dedicado a sus seis hijos.
Después de dar un breve tour por las instalaciones –guiado por Tom Bracamontes, el director de ventas y marketing de la bodega–, Rolando me invitó a probar sus vinos. Pasamos al salón privado donde él conduce catas con amigos. Podrá sonar muy misterioso y elegante, pero se trató de un tapanco con una pequeña sala y una mesa. Las paredes estaban cubiertas por anaqueles y repletas de vinos estadounidenses y también franceses.
Probamos cuatro vinos, todos de la añada 2006. Primero sirvió su chardonnay de la región de Carneros (Napa Valley), que me pareció muy bien balanceado y con la barrica francesa bien integrada. Después probamos su pinot noir de Russian River Valley –en Sonoma, California–, el cual mostró el perfil clásico de la región: frutas negras como zarzamora y mora azul, y elegantes notas de tierra y bosque. Suave al paladar y buena acidez.
Del tercer vino que probamos, Rolando dijo estar muy orgulloso. Se trató de un blend de cepas un poco inusual: cabernet sauvignon y syrah. Le tomó mucho tiempo decidir si combinaba las uvas o no, ya que por sí solas no mostraban la calidad que él buscaba. Pero al probarlas juntas se sorprendió de la manera en que se complementaban y así fue como creó este vino con el cual rinde homenaje a su pueblo natal: El Llano, nombre del vino, que es el de mayor producción y demanda. En opinión de Rolando, la birria le acompaña muy bien.
El último vino que probamos fue su cabernet sauvignon de Napa Valley. Un vino potente, con alta expresión aromática y una estructura firme, que expresa perfectamente su lugar de procedencia. Cuando le pregunté sobre la barrica –de origen francés–, me contestó: “Tenemos un productor con el cual estamos trabajando en conjunto y produce un tipo de barrica exclusiva para nosotros. El tipo de madera, el tostado y el tiempo de secado son exclusivos de la marca Rolando Herrera Selección Artesanal”.
Como se hacía tarde para la hora del lunch, Rolando me invitó a comer al restaurante Uva Trattoria, uno de sus lugares favoritos en el centro de Napa.
Mientras disfrutaba de la comida, no podía creer la sencillez de este exitoso mexicano, que al paso de unas horas ya me consideraba su amigo.
Los Ceja . El espíritu emprendedor de una familia
La historia de Ceja Vineyards es testimonio de la dedicación y el sacrificio no de una persona, sino de dos familias provenientes de tierras mexicanas: los Ceja y los Morán.
Me encuentro con Amelia Ceja, presidenta de la bodega, en una plácida terraza con vista a sus viñedos de Carneros, el ava más al sur de Napa Valley. Si a alguien le llama la atención encontrar una mujer en este puesto, déjenme decirles que Amelia (originaria de un pueblito llamado Las Flores, en los Altos de Jalisco) es la primera mexicana que alcanza la presidencia de una empresa vinícola en Estados Unidos.
Le doy un sorbo a mi copa de vino. Es un chardonnay 2007 que Amelia gentilmente me ha ofrecido. Un vino excelente para una tarde soleada en una de las regiones más importantes para la cosecha de chardonnay y también de pinot noir de California.
Me puedo dar cuenta que en Ceja Vineyards todos aportan su oficio, tiempo y dedicación para que la empresa tenga el éxito que ha logrado desde hace unos cinco años. Sin embargo, para que un equipo trabaje bien en conjunto, debe de contar con alguien que lo dirija adecuadamente. Esta persona es sin duda Amelia: embajadora, imagen y presidenta de la bodega.
Tres generaciones han trabajado aquí. La historia comienza cuando Felipe Morán, el padre de Amelia, y Pablo Ceja –su suegro, del cual tomaría el apellido– vinieron a Estados Unidos para trabajar en el programa de braceros de los años cincuenta. Fue ahí donde ambos se conocieron y forjaron una amistad duradera. En 1967, después de estar viajando entre México y Estados Unidos, ambos deciden quedarse de manera definitiva en Napa Valley, con sus respectivas familias.
Las familias Morán y Ceja se hicieron muy cercanas y fue así como Amelia conoció a Pedro, cuando apenas tenía doce años, aunque sus vidas correrían por caminos distintos durante algún tiempo.
Y es que curiosamente Amelia tuvo la oportunidad de regresar a México a estudiar la secundaria. Durante todo ese tiempo, principios de los años setenta, viajó mucho por nuestro país y eso le sirvió para apreciar la diversidad de culturas que aquí tenemos.
Amelia retornó a Napa, sólo por un tiempo, pues decidió aplicar a la Universidad de California, en San Diego, para estudiar historia y literatura. Al terminar sus estudios regresó a trabajar en la bodega Rutherford Hill, donde aprendió todos los aspectos del negocio de una bodega, desde el trabajo de campo hasta la administración de una vinícola.
En 1980, después de un par de años de noviazgo, Amelia y Pedro se casaron y con la ayuda de sus padres y la venta de algunas acciones de sus empresas. En 1983 compraron su primer terreno para cultivos: cerca de ocho hectáreas en el área de Carneros, que al momento de la adquisición estaba plantado con ciruelos en una parte, y la otra, era utilizada en buena medida para ganadería.
Justo ese año sucedió algo que, llamémoslo destino o simplemente suerte, cambió el rumbo de sus vidas, pues fue cuando se estableció el Área de Viticultura Americana de Carneros –una especie de denominación de origen que se usa en todo el terriotorio de Estados Unidos–. De la noche a la mañana, los terrenos que el matriomonio Ceja había adquirido, aumentaron su valor y se convirtieron en una de las zonas más codiciadas por los viticultores de California.
Para 1986 Pedro Ceja y su hermano Armando ya habían hecho la primera plantación de viñedos en los terrenos adquiridos en Carneros. Tanto los estudios de Pedro en ingeniería como los de Armando en enología y viticultura favorecieron este proyecto.
Por su parte, la madre de ambos trabajaba en ese momento en unos viveros de la región, donde adquirieron sus primeras vides de pinot noir, una uva que con el tiempo se ha convertido en emblemática del área de Carneros. Tres años más tarde, en 1989, comenzaron con la plantación de chardonnay.
Al principio los Ceja eran sólo productores de uva. Sin embargo, al cabo de unos tres años, comenzaron a hacer vino ellos mismos, apoyándose en los conocimientos de Armando.
A mediados de la década de los noventa se diversificaron y adquirieron nuevos viñedos fuera de Carneros, en Sonoma Coast (otra ava muy importante). Compraron unas 30 hectáreas y, así, poco a poco lograron el control total de su producción, con la filosofía de hacer el vino desde el viñedo y cuidarlo hasta la botella.
En 1999 fundaron Ceja Vineyards y Amelia Ceja fue nombrada presidenta de la empresa.
Según ella misma me cuenta, los vinos de la primera cosecha salieron a la venta un par de años después, en septiembre de 2001, el mes fatídico de los atentados terroristas en Nueva York, lo cual, traducido en términos económicos y de confianza en el consumidor, significó dificultades extras.
En la actualidad Ceja Vineyards tiene una producción de 10,000 cajas, 50.5 hectáreas de viñedos propios, más diez hectáreas bajo contrato. Pero el proyecto que más les emociona en estos momentos es el de construir su nueva bodega, diseñada por Pedro, la cual se edificará en medio de sus viñedos de la región de Carneros, donde me encuentro ahora con Amelia.
Hace rato que hemos probado su merlot 2006, un vino afrutado y suave, diferente a los estilos clásicos de merlot que se producen en este valle.
La nueva bodega Ceja Vineyards –que estrenará producción para 2011– será, según afirma Amelia, ecológica, con paneles de energía solar y uso de materiales reciclables. Su estilo arquitectónico asemejará el de las primeras misiones que se establecieron en California.
Por cierto que un requisito para trabajar en esta empresa es hablar al menos dos idiomas, lo cual refleja la visión internacional de esta compañía y, en particular, de Amelia, su presidenta, una mujer mexicana que no tuvo miedo de triunfar en un país como Estados Unidos.
Ceja Vineyards es, además, una empresa comprometida con la comunidad. Ejemplo de esto es su participación en el Napa Valley Auction, la subasta de beneficencia más grande de Napa Valley, cuyos fondos recaudados apoyan a hospitales, centros de salud para inmigrantes y soporte a escuelas.
Amelia se dice buena cocinera. Ha sido invitada a colaborar en clases en la prestigiada Culinary Institute of America (cia) de St. Helena, California, y continuamente cocina para eventos sociales relacionados con su club de vinos.
Amelia y Pedro tienen tres hijos, universitarios todos ellos, los cuales aportan sus conocimientos en marketing, cine y artes digitales para hacer más eficiente y atractiva la empresa, algo tangible para cualquiera que visite el sitio de Internet de la bodega.
La familia Ceja no ha perdido su nexo con el campo y mantiene muchos de sus valores mexicanos –como la unidad familiar y el gusto por la comida tradicional–, pero adoptando el espíritu emprendedor de la cultura estadounidense.
Salvador Rentería. La atención al viñedo
La primera vez que conversé con Salvador no fue en Napa Valley –donde tiene sus viñedos–, sino en la terraza del Guadalajara Country Club. Cada año Salvador visita Jalisco, su estado natal, entre otras cosas para participar en el Torneo de Seniors de Golf que organiza el exclusivo club tapatío, donde inició su carrera la campeona Lorena Ochoa. Salvador es un buen jugador, con un handicap menor a diez y una precisión en sus tiros que le han ganado el apodo de “Radar”.
El segundo día del torneo, al terminar su ronda, nos sentamos en la terraza a tomar una cerveza y platicar un poco sobre su vida. Hablábamos de sus inicios como viticultor en California, y de cómo se le fueron presentando, una tras otra, las oportunidades en su vida, las cuales siempre tuvo el tino de aprovechar.
— ¿Qué tal jugaste hoy?—, le pregunté.
— Más o menos, pero me divertí—, fue su respuesta.
Me pareció a simple vista que aquel hombre de casi 70 años, vestido con pantalón de vestir y camisa tipo polo, es una de esas personas que saben disfrutar de la vida y que tal vez lo han tenido todo desde que nacieron. Nada más lejos de la verdad.
Nativo de Ciudad Guzmán, Salvador Rentería –o “Sal”, como le llaman sus amigos– fue durante su juventud un simple peluquero, contento con la vida y sin mayores ambiciones. Hasta que su hermano mayor lo convenció de que lo mejor para su futuro era irse a trabajar al valle californiano de Napa en la cosecha. Tenía 23 años. Tres meses después decidió regresar a México como si nada. Su primera experiencia en territorio gringo no fue especialmente de su agrado.
Al poco tiempo regresó a Estados Unidos, pero esta vez a Chicago. En esa ocasión Salvador se encontró con un trabajo más ad hoc para su formación de aquellos tiempos: cortando el pelo en una barbería. Sin embargo, su ingreso principal lo obtenía en las mesas de billar. ¡Nadie le ganaba! Pero los duros inviernos de la “Ciudad de los Vientos” lo hicieron regresar nuevamente a su tierra.
La tercera fue la vencida para “Sal”. Al cabo de sólo unos meses, en 1963, decidió probar suerte de nuevo en el vecino país. Esta vez su destino fue Rutherford, California, una de las pequeñas poblaciones dentro del Valle de Napa. No bien había desempacado cuando, el mismo día de su llegada, conoció a la que hasta la fecha sigue siendo su amada esposa.
Hasta ese momento, Salvador sabía que tenía talento para las labores manuales. Era diestro con la tijera y también con el taco de billar. Sin embargo, estaba por descubrir la que se convirtió en su gran área de oportunidad: el campo y la viticultura.
Ese mismo año trabajó como parte de las brigadas en la región de Calistoga, muy al norte del valle, en la bodega Sterling Vineyards. Casi de inmediato, los directivos de la bodega se dieron cuenta de sus dotes de líder y de su manejo del inglés, así que fue promovido a jefe de personal de los viñedos.
En Sterling pasó diez años. Éstos fueron los cimientos de una historia de éxito y superación. Aquí aprendió todo sobre el cuidado de las plantas, sistemas de plantación y desarrollo de nuevos viñedos. Lo que Salvador aportaba a la bodega iba mucho más allá del viñedo, algo que fue muy valorado por sus jefes. Su relación personal con sus paisanos era tan estrecha que a varios de ellos los sacó de apuros en más de una ocasión, sobre todo en cuestiones extra laborales.
En 1987 renunció y comenzó a trabajar por su cuenta. Pero su reputación como buen viticultor era tan extendida en el Valle, que pronto lo buscaron para que cuidara otros viñedos además de los suyos; por ejemplo, los de prestigiadas bodegas como Screaming Eagle, Dalla Valle, Chandon, Trefethen, todas productoras de vinos premium de la zona.
Quien lo ha contratado asegura que los viñedos de Salvador siempre están contentos. Y es que este mexicano, además de ser meticuloso en su trabajo, sabe cómo tratar a las plantas, tiene el toque adecuado. Esto le ha traído como resultado la mayor calidad posible en sus uvas.
Por supuesto, su labor en el campo no la hace él solo. Además de sus trabajadores, “Sal” tuvo el acierto de incluir a su hijo Óscar en el negocio, tal vez sin saber que esto derivaría en la fundación de su propia bodega familiar.
Así, desde temprana edad Óscar aprendió de su padre el cuidado de las plantas y, sobre todo, la satisfacción del trabajo bien hecho. A esto hay que sumarle algo que “Sal” no tuvo oportunidad de recibir: una educación formal con nivel de posgrado.
Al terminar sus estudios de ciencias en St. Mary’s College, en Moraga, California (al este de la Bahía de San Francisco), Óscar regresó a trabajar con su padre. A tan solo seis años de fundada la empresa por su padre, él asumió la dirección de Renteria Vineyard Management Company, que en la actualidad es la tercera firma más grande del norte de California dedicada al cuidado de viñedos, los cuales suman casi 800 hectáreas. En 1997 los Rentería, padre e hijo, decidieron dar el paso siguiente: meterse de lleno en la producción de vinos, creando la bodega Renteria Wines, productora de notables vinos de las cepas cabernet sauvignon y pinot noir.
Además de Renteria Wines, su etiqueta principal, esta bodega produce el vino Salva Tierra, en honor a su esposa, así como el vino Tres Perlas, en honor a sus hijas. El volumen de producción actualmente es de 1,500 cajas, con planes de cuando se termine su nueva bodega llegar a 5,000.
El éxito de los Rentería está cimentado, en primer término, en el conocimiento de los viñedos que tiene “Sal”, y posteriormente, en el enfoque de negocios que le aporta Óscar. Sin embargo, hay que reconocer que los vinos de esta familia de origen mexicano no estarían en ese lugar de no ser por otra atinada decisión: la contratación de la enóloga estadounidense Karen Culler, una de las grandes consultoras en California y quien hizo sus pininos con Robert Mondavi, el máximo promotor del vino de California tanto dentro como fuera de Estados Unidos.
Salvador Rentería es ejemplo de un hombre que llegó a Estados Unidos con lo puesto y gracias a su trabajo, talento y visión supo aprovechar las oportunidades que se le presentaron. Demostrando así que un mexicano –apoyado por su familia y rodeándose de los profesionales adecuados– puede llegar alto en el mundo del vino.
“Sal” ha hecho un hoyo en uno.
Rey Robledo y su vino Los Braceros
Ubicada en el condado californiano de Sonoma –vecino de Napa Valley–, Robledo Family Winery es otra importante bodega surgida del trabajo de un mexicano. Nos referimos al michoacano Reynaldo Robledo. Originario del municipio de Zamora, Robledo se fue a trabajar a Estados Unidos en 1968, gracias a que su padre –que se fue al vecino país unos años antes– le arregló sus papeles.
Después de trabajar por casi 30 años en diferentes viñedos, siempre ocupando un cargo más importante que el anterior, Reynaldo se fue haciendo de varios ranchos vinícolas –tanto en Sonoma como en Napa Valley– hasta que a principios de los noventa decidió hacer también sus propios vinos.
1997, su primer cosecha, fue para su exclusivo consumo, el de su familia y amigos. Hoy tiene una veintena de etiquetas, entre las que se encuentra el vino Los Braceros, blend de cabernet sauvignon, syrah y merlot. “Me puse a investigar y nos dieron el nombre de braceros porque el nombre mismo lo dice: somos los ‘brazos fuertes’ que vinimos a rescatar la agricultura de este país. Y por eso se los dediqué y puse la historia en cada botella”, dice.
Un porcentaje de las ventas de Los Braceros se destina a ayudar a trabajadores sin techo.
(GL)
El terruño que no se olvida
La inquietud y el deseo de Mi sueño Winery, Ceja Vineyards y Renteria Wines es que sus vinos se consigan en México, pues en la actualidad esto no es posible.
Durante el sexenio de Vicente Fox y ahora con Felipe Calderón, se han llevado a cabo reuniones con viticultores de origen latino –residentes en Estados Unidos– para que existan mejores condiciones de importación-exportación entre los dos países.
Acercamientos, pues, ha habido varios. Hay que decir que, por ejemplo, los vinos de Mi Sueño Winery se sirvieron en la Casa Blanca durante una recepción que Bush le hizo a Fox; mientras que Amelia Ceja ha platicado personalmente con el presidente Calderón sobre cómo darle mayor presencia a los vinos hechos por mexicanos, en el vecino del norte.
Además de las condiciones arancelarias, los productores comentan que una de sus preocupaciones es encontrar al importador adecuado, uno que confíe en el producto y entienda el difícil camino que ellos han tenido que sortear en Estados Unidos.
Esperemos que en un futuro próximo podamos disfrutar de estos vinos en nuestro país.
(AG)
Comentarios
3 respuestas a «Mexicanos en Napa Valley»
Quiero trabajar en los viñedos me gustaria saber como hacerle soy colombiano y quiero trabajar en EE UU.
Para la familia ceja ciento mucho lo sucedido en sus viñedos espero qe dios los ayude y échenle ganas ante Roberto ceja
Ustedes son un egemplo a seguir mi esposo tiene. Catorse anos con la UVA y en la y dentro de la bodega es muy responsable pero trite
Onsable yose que sí uste le da trabajo en su winery el les ayudara general más ganancias. Felicidades por su empeño de salir adelante
Y como se dice en México sí se puede. Espero su respuesta