Mexicanos dentro y fuera

Desde siempre, los mexicanos hemos estado atentos –y quizás obsesionados– al tema de la identidad. Pero, ¿qué significa ser mexicano hoy en día? ¿Cómo podemos definir lo mexicano en estos tiempos de Internet y difuminación de fronteras? ¿Y qué tiene que ver todo esto con el mundo del vino? Para responder a estas preguntas (o al menos tener una aproximación), te presentamos una serie de perfiles e historias de compatriotas destacados, dentro y fuera del terruño nacional, vinculados con la labor de cultivar las uvas y hacer más y mejores vinos, sin importar la nacionalidad de quien se los tome. Unos han llegado de fuera, trayendo consigo valiosos bagajes, y aquí han echado raíces. Otros se han marchado en la búsqueda de nuevas experiencias y un mejor futuro, llevándose a México en su equipaje.

Por Gerardo Lammers

Camillo Magoni amor por Baja California

“Soy bajacaliforniano por elección”, dijo Camilo Magoni (Morbegno, Italia, 1940) ante un auditorio repleto, durante las pasadas Fiestas de la Vendimia. El prestigiado enólogo –uno de los personajes más emblemáticos de la vitivinicultura mexicana moderna– presentó en el Hotel Coral y Marina, a las afueras de Ensenada, su libro Historia de la vid y el vino en la península de Baja California, en realidad un apasionante viaje que sintetiza su cariño por el país que lo acogió desde que, en 1965, decidió cruzar el Atlántico para establecerse en el Valle de Guadalupe y sus alrededores.

Nacido en una pequeña población de la región italiana de Sondrio, Magoni egresó en 1962 de la Escuela de Enología de Alba, Piemonte.

Después de laborar un par de años en la bodega Nino Negri de Chiuro, recibió la invitación de un mexicano de ascendencia italiana, don Luis Cetto, para venir a México. Desde entonces ha sido el enólogo y director técnico del Grupo Cetto, casa que el año pasado celebró sus 80 años de vida y la que más vino hace en el país, con un impresionante historial en concursos internacionales.

En buena medida, gracias a Magoni y su equipo de trabajo es que la vitivinicultura ensenadense se ha diversificado, plantándose en el Valle de Guadalupe decenas de cepas diferentes, con las cuales se ha experimentado a lo largo de estos años y de cuyo trabajo se han beneficiado muchos hacedores de vino, grandes, medianos y pequeños.

¿Cómo fue que inició su pasión por el vino?

— Mi pasión por el vino inicia siguiendo los pasos de mi padre, que alternaba la actividad comercial de la familia con la agrícola. Hacía vino. Algo lo vendía, algo se usaba para la casa. De los hermanos fui el único que le siguió los pasos. Los demás siguieron con mucho éxito la actividad comercial.

Aprendí los principios de la viticultura en el viñedo y los secretos del arte del vino artesanal en los sótanos centenarios de la bodega de la familia.

Aprendí cómo conservar un recipiente de madera vacío sin que se contaminara; aprendí a seguir las prácticas elementales para que el vino se conservara sano; aprendí cómo fermentar un vino tinto en un clima frío sin el recurso de la calefacción.

Aprendí cómo hacer los trasiegos oxigenando el vino sin que se oxidara.

Aprendí cómo probar los vinos, cómo prevenir los defectos, etcétera.

Lo que aprendí entonces me sirvió a lo largo de toda mi vida profesional.

Bajo la dirección y el ejemplo de mi padre aprendí a trabajar.

¿Podría contarnos algo sobre sus inicios como viticultor y enólogo en Italia?

— Ese aprendizaje de campo desarrolló mi vocación hacia la enología. Me fui a estudiar a Alba, el corazón de la región de la uva nebbiolo por antonomasia, y me recibí como enólogo en 1962. Trabajaba en una bodega de gran prestigio de la Valtellina, mi región de origen, cuando decidí emigrar a otro país. México era la mejor opción.

¿Le fue fácil tomar la decisión de dejar Italia y venir a México?

— Una vez tomada la decisión de emigrar, fue fácil y emocionante venir a Baja California. Recuerdo el impacto que fue ver un campo desértico viniendo de una zona de gran verdor. Fue fácil entender entonces la importancia del recurso hídrico.

¿Cuál fue su primera impresión al llegar al Valle de Guadalupe?

— El Valle de Guadalupe era otro. Había más viñedos, una sola vinícola (Terrasola), menos pobladores, menos tráfico, misma tierra y mismo polvo. A mediados de los años sesenta los viñedos se cultivaban casi todos de temporal; había algunos que ya se regaban por surcos pero el riego era realmente de auxilio, no era para producir más. Las variedades eran las idóneas para la producción de vinos generosos que entonces dominaban el mercado: misión, moscatel, rosa del Perú, Cariñana, algo de zinfandel, Alicante.

Sin embargo, el Valle ya tenía un encanto especial. Las casas de adobe con los techos altos, las de los rusos, la calle principal polvorienta, con más árboles que los que vemos hoy, la gente amable y saludadora; ese ambiente bucólico que invitaba al trabajo físico pero también al ejercicio de la mente. Había contrastes entre los diversos grupos: ejidatarios, pequeños propietarios, paracaidistas e indígenas nativos. Hoy eso ya no se ve. El tiempo y el cambio generacional han modificado las fisionomías de los pobladores y de los poblados.

¿Cuáles considera que son las claves para que su relación con la familia Cetto sea tan duradera?

— Con la familia Cetto llevo una relación de trabajo desde hace 44 años. Ha sido y sigue siendo una relación de respeto, de trabajo y familiar que siempre se cimentó en mi ética personal. Cumplir con los compromisos adquiridos a veces por encima hasta de los mismos intereses personales. En esta colaboración hemos dado y recibido en una actividad por muchos años frenética. Asimismo, creo que ambas partes estamos conscientes que llegará el día de decir “hasta aquí”.

¿Cómo podría definir su filosofía de trabajo?

— Mi filosofía de trabajo siempre ha sido muy sencilla: nunca perder la humildad para aprender, mantenerse actual, hacer el máximo esfuerzo para realizar las cosas simplemente bien y cumplir con uno mismo.

¿Y el proyecto enológico de L. A. Cetto cómo lo define?

— El proyecto enológico de L. A. Cetto se podría condensar con un objetivo: la producción de vinos de alto valor, PESO por PESO, tratando de cubrir todos los segmentos del mercado. No es fácil estar en los niveles de precios medios y medio-bajos, pero ahí está también el volumen grande. Hoy este volumen lo cubren, casi en su totalidad, los vinos importados que se han quedado con aproximadamente 75% del mercado global de vinos en México. Ese mercado debería ser naturalmente nuestro. Además, es el mercado que siempre y dondequiera le ha permitido a una zona generar la imagen de región vitícola. Sin una venta sustancial, difícilmente podremos mantener e incrementar la imagen de región vitícola.

Cetto siempre ha querido ser innovador, propositivo, vanguardista. La visión industrial y  comercial de L. A. Cetto está a la vista. Lo condensaría en: ES UN PROYECTO REAL. Viñedos nuevos, conservación de los viñedos viejos, investigación de campo, interacción con nombres importantes de la ciencia vitícola y enológica de nivel mundial, modernización continua de los equipos de bodega, marketing agresivo, grandes promociones, etcétera.

¿Qué fue lo que más lo emocionó del gran viaje de aventuras que supuso la escritura de su libro?

— Baja California es una tierra mágica, dura, correosa. Es una tierra que se resistió a la conquista por más de dos siglos; ni Hernán Cortés con todo su poder militar y económico pudo con ella. Y no fue por la oposición de los indígenas, aunque éstos trataron de defender sus territorios. Fue la tierra que se resistió. Decir qué es lo que más me emociona de esta tierra es difícil: pueden ser sus desiertos (porque hay más de uno), sus playas incontaminadas, sus montañas altivas, su “aridez fecunda” y quién sabe cuántas cosas más.

Puede ser la admiración de los sitios misioneros pensando en el esfuerzo sobrehumano de los misioneros para llegar, construir, educar, conservar y resistir. Dejaron una escuela que todavía hoy se recuerda.

Puede ser la emoción que sientes cuando una señora con gran convicción y sencillez te dice: el vino que hacemos lo hacemos como nos enseñaron los jesuitas.

Puede ser el sentir la emoción de conversar con la gente de los ranchos, directos descendientes de los soldados españoles (se les nota en la cara), de gozar esa espontaneidad, esa solidaridad que solamente las necesidades pueden fomentar.

¿Qué factores considera que son los más importantes para que la vitivinicultura mexicana siga desarrollándose?

— En estos momentos la vinicultura, en mi opinión más que la viticultura, está viviendo momentos de euforia de éxitos, de palmadas en la espalda. Tiene muchos seguidores; se habla cada día más de ella y qué bueno. Pero tiene un reto muy grande: la consolidación. Personalmente creo que ésta se dará si todos los actores son (o somos) capaces de desarrollar una tecnología regional, de definir claramente el rumbo, de tener un solo objetivo: crecer. En esto veo la oportunidad, pero también veo el gran riesgo. Para crecer se requiere capital, tecnología, estrategia, capacitación tecnológica e investigación. Confío que los esfuerzos que se están haciendo darán sus frutos.

¿Qué es lo que más disfruta de su trabajo y de vivir en México?

— Desde mi llegada a Tijuana no he dejado de disfrutar lo que hago. He disfrutado y disfruto la familia que aquí formé; el trabajo en el viñedo y en la bodega; los retos que implica la investigación que estamos haciendo; las amistades y las oportunidades que he tenido de incursionar en campos impensados en mi juventud como, por ejemplo, escribir un libro. Sigo disfrutando cada minuto de cada día. En el futuro de la industria vitivinícola sigo viendo un reto personal inagotable.

Sebastián Suárez, un mendocino echando raíces en Ensenada

Es el enólogo y gerente de planta de Domecq. Aunque nacido en Buenos Aires, Sebastián Suárez (1974) creció en Mendoza. Después de estudiar agronomía y enología en Argentina y Francia, respectivamente, en 2002 llegó por primera vez a Baja California. Hoy, con dos hijas ensenadenses, ha echado raíces en México. Consciente de la tradición de los vinos de la Casa Pedro Domecq, comenta sobre su proyecto enológico:

“Para mí fue un gran reto continuar elaborando estos magníficos vinos, indudablemente con mi sello personal, buscando siempre resaltar la expresión de la uva, en especial sus características varietales, donde la fruta y la madera estén equilibradas, colores vivos y de gran expresión aromática.

¿De qué manera consideras que el vino está relacionado con la identidad de un país?

Cada país vive el vino de forma diferente, con sus distintos métodos de elaboración, sus variedades características, sus costumbres de consumo, pero algo particular que relaciona a todos es considerar que el vino no sólo es una bebida, sino un alimento, producto del esfuerzo del hombre.

¿De qué manera has podido incorporar elementos de las culturas argentina y francesa a la hora de hacer vinos en México?

Sobre todo creo que mi escuela argentina es la que más he tratado de desarrollar, en especial el concepto de vinos del Nuevo Mundo, donde intento rescatar todo el potencial de la uva y la expresión del terruño.

Háblanos un poco de las similitudes y diferencias que encuentras entre hacer vinos en México y en tu país natal.

Creo que hay muchas similitudes. México tiene hoy en día al alcance de la mano las mismas tecnologías enológicas que se pueden encontrar en Argentina. Además cuenta con un potencial de variedades muy amplio que hace que, como enólogos, tengamos más herramientas para ofrecer un gran vino. No encuentro grandes diferencias entre México y Argentina. Cada país tiene su propio estilo, y eso desde mi punto de vista es lo más interesante del vino.

¿Cuál es tu percepción sobre el momento por el que atraviesa el vino mexicano?

Estamos pasando por un buen momento. Hoy todas las vinícolas están enfocadas a producir vinos de calidad internacional y ya lo estamos logrando. Pero queda un largo camino por recorrer. México es un país joven desde el punto de vista de viticultura y enología, a pesar de ser por aquí por donde ingresó la vid a América, y es por esto que se debe realizar más investigación enfocada a conocer las variedades que hoy tenemos, nuestros terrenos y climas, y desarrollar lo que mejor nos identifique.

Claudio Bortoluz Orlandi, por el vino regional

Nacido en un pueblito cercano a Venecia en 1963, Bortoluz llegó a tierras mexicanas cuando tenía ocho años. Como buen italiano, su gusto por el vino le viene de familia: “Estaba yo muy chiquito cuando mi abuelo pasaba por mí a la escuela y me llevaba al bar”, cuenta desde su oficina en la ciudad de México.

Y en cuanto a la pasión por hacerlo, ésta le viene de su padre, ingeniero agrónomo con especialidad en viticultura y enólogo. Fue su padre quien fundó, durante los años cincuenta, Bodegas de Lourdes, la primera vinícola del estado de Querétaro.

En 1972 Bortoluz adquirió los terrenos donde hoy se encuentran Bodegas La Redonda, su casa vinícola, en el municipio queretano de Ezequiel Montes. “Los compré para que mi padre desarrollara el terreno en sus años de retiro.”

En la actualidad tiene 60 hectáreas plantadas de viñedos (llegó a tener casi tres veces más), entre los cuales figuran las variedades cabernet sauvignon, sauvignon blanc, merlot y malbec. Orlandi es su etiqueta protagonista, con la cual busca consolidarse como una bodega regional, exclusiva del Altiplano mexicano.

“Soy mexicano por elección. Mi esposa es mexicana, mis hijos también. Mi vida está aquí”, dice.

José Luis Durand, volando alto

Este chileno llegó a Ensenada en 2000, con las credenciales de haber sido el mejor alumno de su generación, para ser el enólogo de Domecq. Después de cuatro años y motivado por el descubrimiento de un viñedo de uvas nebbiolo –su primer amor en tierra mexicanas–, decidió independizarse y comenzar a hacer sus propios vinos, algunos de ellos realmente experimentales. Su propuesta enológica tiene que ver con lo que él denomina el hombre-terruño:

“Un viñedo es un ecosistema artificial en el que participan las plantas y el hombre. La naturaleza tiende a la diversidad, mientras que el hombre genera un orden. En ese sentido, el hombre es trascendente, es todas las decisiones que toma en el viñedo como, por ejemplo, en el riego. Protesto cuando se intenta negar al hombre.”

Ícaro es su vino insigna, blend de nebbiolo, merlot y petite syrah. Hoy, felizmente casado con una ensenadense, este prestigiado productor de vinos boutique, hace tiempo que decidió echar raíces en nuestro país.

“Éste es un país que tiene alegría innata. Eso se me hace genial de la gente. Y no sólo los del norte, en todas partes”, dice.

Hugo D’Acosta y sus dos casas

Después de andar buscando por Argentina, D’Acosta (ciudad de México, 1958) se encontró en 2006 con un garbanzo de a libra muy a modo en la región francesa de Roussillon, cerca de los Pirineos: 25 hectáreas de viñedos y una bodega prácticamente nueva en venta. Así comenzó su primera aventura como vitivinicultor fuera de México. Estamos hablando de la bodega La Borde Vieille (que en español quiere decir “la casa vieja”), que este año ha lanzado al mercado el Parteaguas 2008 (blanco), coupage de las variedades macabeo, carignan moscatel y grenache; y La Borde Vieille 2007 (tinto), en tres diferentes coupages –con diferentes predominancias– de carignan, grenache noir y syrah.

“El mexicano contemporáneo”, dice el propietario de Casa de Piedra –su bodega ensenadense–, “tiene que ser un ciudadano universal: salir, existir, proponer y ser un actor activo en cualquier parte del mundo. Llevar la mexicanidad a otros sitios. La otra de las cosas es que si el mundo no te está descubriendo, pues entonces tienes que irle a tocar para que se dé cuenta que existes”.

Don y Tru Miller y su tierra prometida

Él es un banquero estadounidense retirado, originario de Saint Louis Missouri. Ella, una holandesa apasionada por los idiomas y los caballos. Y uno de los mayores sueños de esta pareja se vio cristalizado a fines de los años noventa, cuando ambos llegaron al Valle de Guadalupe –procedentes de California– en la búsqueda de un viñedo y un lugar donde establecerse. No tuvieron dudas. “Fue algo mágico”, reconoce Tru. Tampoco tuvieron dudas para encontrar el nombre de la bodega: Adobe Guadalupe. “En varios idiomas la palabra adobe quiere decir hogar o donde tú perteneces”, explica ella. Y sobre Guadalupe, hay que mencionar que Arlo, uno de sus hijos fallecido en un accidente de tráfico en 1992, era fanático de México. Hoy, Don y Tru producen el vino rosado Uriel y los tintos Gabriel, Kerubiel, Serafiel y Miguel. Y para variar, el mezcal Lucifer.

“Me siento mexicano y soy optimista con respecto a México y su industria del vino”, dice Don. “Y el vino que hacemos es para los mexicanos.”

Adobe Guadalupe es también un exclusivo hotel –estilo mexicano-mudéjar– que ofrece a sus huéspedes paseos a caballo. Caballos de la raza azteca, por supuesto, surgidos de su propio criadero.

Eduardo Márquez, un chilango en la Cataluña profunda

Después de realizar estudios de cine en Nueva York, los cuales lo llevaron a trabajar como productor y director en el DF, su ciudad natal, Eduardo Márquez, 39 años, decidió darle un giro de 180 grados a su vida. Por azares del destino fue a dar a la región de Priorato, España, en la Cataluña profunda, y se hizo vitivinicultor. Su vino insignia se llama Escarabat, blend de uva garnacha y cariñena, y producido en la finca Mas d’en Mexicá, en la localidad de Poboleda al centro de esta Denominación Controlada de Origen Calificada.

“Mi vida en España y la de mi familia es muy sana. La finca la trabajamos básicamente entre mi mujer y yo, y algunos amigos invitados. Se come muy bien, con muchos productos de la zona y algunos producidos en nuestro huerto. Se hace mucho ejercicio al trabajar en la viña. Mis dos hijos crecen muy salvajemente como niños de rancho. Van a la escuela en catalán, nadan en la balsa, salen a andar en bicicleta sin ningún reparo o consideración por parte de sus padres, ya que no hay peligro de secuestros, robos o atropellamientos por autos, etcétera.”

¿Qué valores de la cultura española has adoptado como mexicano y qué valores de la cultura mexicana consideras que has implantado como viticultor allá en Europa?

Desde mi punto de vista creo que no he implantado en la zona ningún valor nuevo como viticultor. Aunque en el terreno de la comercialización hemos dado con algunos puntos importantes de diseño en etiquetas, así como de aproximación al consumidor final que han sido bastante exitosos. Finalmente y a pesar de no querer imponer nada nuevo, nuestro vino Escarabat lleva la personalidad mexicana.

¿Qué tan relevante es el asunto de la identidad nacional para ti?

No es importante, ya que en cualquier actividad es intrínseca al hombre y su origen. Es como un japonés haciendo arreglos florales en México: dará un toque japonés a sus arreglos.

Comentarios

2 respuestas a «Mexicanos dentro y fuera»


  1. A ti mexicano que estas fuera de tu país, queremos apoyarte, cuéntanos tu experiencia! donde estés nuestra meta es que te sientas como en casa! https://www.facebook.com/Mexicanos-en-el-Extranje

  2. Isela

    Hola!
    Una pregunta: saben cómo puedo localizar a Eduardo Marquez y/o dónde puedo comprar vinos del Priorat?
    Estoy interesada específicamente en el Vino Ximenez que alguna vez fue catalogado como "vino blanco con alma de negro". Hace algunos años tuve entendido que era Eduardo Márquez el único que lo vendía en México.
    Hoy saben dónde puedo conseguirlo?
    Gracias y saludos!