Las delicias del desierto: Viaje a Casa Madero

La Hacienda Casa Grande pertenece a la vinícola más antigua de América. Estamos hablando de la prestigiada Casa Madero, cuyos vinos siguen cosechando premios a nivel nacional e internacional. He aquí la crónica de una expedición hasta esta singular bodega.

Por Jackie Sahagún / Fotografías de Guillermo Escárcega

El paisaje era semidesértico, las cactáceas y las yucas contrastaban con la tierra casi blanca, y así, sin más preámbulo, apareció ante nuestros atónitos ojos un vasto viñedo que cubría y pintaba de verde la textura arenosa. Pocos kilómetros después llegamos a nuestro destino: la Hacienda Casa Grande. Ubicada ocho kilómetros al norte de la ciudad de Parras, que recientemente ha sido nombrada como uno de los veinticinco “Pueblos Mágicos” de México. Las gruesas paredes de piedra y adobe de este magnífico edificio colonial -construido en 1597- y sus frescos nogales nos dieron la bienvenida.

Tras un descanso, aproximadamente a la una de la tarde, decidimos tomar un chapuzón en la apacible alberca que se encuentra en el jardín principal rodeado de nogales centenarios. En el mismo jardín, a las dos en punto, Zapatita (el que ha sido durante más de cincuenta años el jefe de cocina de la hacienda) nos llamó a comer a las mesas que colocaron a la sombra de los gigantes árboles. La entrada: ejotes a la mexicana con un poco de aceite de oliva; el vino, un Casa Madero Chenin Blanc, de un color amarillo pálido con matices verdes, limpio y brillante vino fresco, expresivo, de acidez equilibrada y agradablemente frutal; el plato fuerte: pollo con papas en salsa de tomate y arroz rojo; de postre, cuadritos de mango con una leche dulce. La combinación de un calor semidesértico con el vino enfriado correctamente, nos dejó un gran sabor de boca; sin duda una magnífica mezcla de sabores, olores, temperaturas, y paisaje.

A las cuatro de la tarde nos dimos cita en una salita rústica con muros altos de los que colgaban cuadros bordados con motivos indígenas representando la molienda. El agrónomo Daniel Muñoz habló del proceso de siembra de la vid. Explicó que en esta zona existe un microclima libre de heladas, con calor seco que propicia su crecimiento sano y sin hongos. La uva se madura de día y en las frescas noches este proceso se detiene, lo que ayuda a que la fruta atrape aromas y tenga más calidad.

Después de la charla nos fuimos a los viñedos. Dimos un paseo por las nogaleras y visitamos la presa que obtiene el agua de las montañas, no muy cercanas por cierto. Daniel Muñoz nos contó que existen muchas y diferentes formas de plantíos, y esto tiene que ver sobre todo, con la densidad y cantidad de sol que llega a la zona. 70% de la producción se dedica al vino tinto y 30% al blanco. La uva para el vino blanco se cosecha en la frescura de la noche para que guarde todos sus aromas.

Nos dirigíamos hacia los olivos cuando una cortina de arena se formó de pronto y nos envolvió rápidamente; en un momento todo fue color ocre y luego presenciamos una de las escasas lluvias de la región. Decidimos regresar a la hacienda, donde ya nos esperaban las mesas dispuestas por el equipo de Zapatita en uno de los jardines interiores. La luz de las velas y la luna, bajo el cobijo de un nogal y un exquisito aroma a desierto mojado, fueron el marco ideal para degustar un queso en salsa roja con frijoles refritos, acompañado de un vino blanco San Lorenzo (50% chenin blanc, 25% de chardonnay, 25% colombard), combinación que me pareció exótica y muy agradable.

Después de la cena, hacia la medianoche, nos aventuramos en una expedición hacia el panteón de la hacienda, que data de 1876. No faltaron los aullidos de los coyotes. El cielo se desbordaba de relámpagos y estrellas.

A la mañana siguiente el día estaba despejado y caluroso. Después del desayuno y de una buena dosis de bloqueador solar, emprendimos el recorrido por la antigua bodega San Lorenzo de Casa Madero, construida en 1597.

En esta ocasión fue el enólogo Francisco Rodríguez quien nos guió por las diferentes etapas de elaboración del vino: desde las máquinas que separan la fruta, pasando por los tanques de fermentación, hasta llegar a las bodegas donde se almacenan las barricas. Rodríguez explicó que todo el proceso de fermentación se hace a bajas temperaturas, para evitar fermentaciones podridas o la oxidación de bacterias. El vino permanece en barricas francesas, pero se cambia de una a otra para evitar que el sabor a madera sea dominante y tape los sabores de la fruta.

El enólogo Francisco Rodríguez

Continuamos nuestro recorrido hasta la bodega de barricas más antiguas, las cuales miden alrededor de cinco metros de alto. En la misma bodega se resguarda una prensa que data de 1783. Estos objetos ya no tienen uso, pero son considerados patrimonio de la humanidad debido a su antigüedad.

Al mediodía nos convocaron a la cata de cuatro vinos.

En primer lugar, el Casa Madero Chenin Blanc 2006. De color amarillo pálido con matices verdes, limpio y brillante, intensidad aromática media con notas a guayaba y a frutos tropicales. Se trata de un vino fresco, expresivo, de acidez equilibrada y agradablemente frutal.

En segundo lugar, el ganador de la medalla de oro en el concurso mundial de Bruselas 2008, el Casa Madero Semillón 2007, el cual definitivamente cautivó a los presentes como ninguno. De color paja claro, con reflejos dorados pronunciados, limpio y brillante, con aromas de frutos cítricos, especias, miel y tostado. En boca es un vino fresco, muy expresivo y alegremente frutal, equilibrado, con un final delicado y muy agradable. Definitivamente la estrella de la casa.

El tercero fue un Casa Madero Shiraz. De color rojo rubí con destellos violáceos, de gran profundidad, limpio y brillante, complejo y de gran expresión aromática, destacando ciruela y zarzamoras, acompañado de un fondo especiado y notas delicadas a tabaco, café y chocolate. En boca es un vino sedoso y con muy buena estructura, con taninos maduros, bien ensamblados y con un final elegante y persistente.

Y por último, un Casa Grande Cabernet Sauvignon. De color rojo granate con destellos arcillosos que indican su paulatina evolución. Vino de gran intensidad aromática, destacando aromas de frutos rojos pacificados, cacao y eucalipto que, junto a los tostados de la madera, le aportan elegancia y complejidad. Vino de buen cuerpo, con taninos maduros y bien ensamblados, que confirma su elegancia, estructura y complejidad. Con un final largo y persistente.

El viaje organoléptico fue guiado por la sommelier Mónica Ron Gutiérrez, quien también fue la encargada de los maridajes durante nuestra estancia en la hacienda.

El clima, para esa hora del día, era bastante caluroso, pero nosotros disfrutábamos de la sombra de los nogales, y los olores de la puntualísima comida ya nos llamaban a la mesa. Nos sorprendieron con una discada, comida típica de Coahuila, que consiste en una mezcla de carne de res, chorizo y tocino de cerdo. Este platillo se acompañó con guacamole, frijoles refritos y tortillas de maíz. El vino fue un Casa Madero Cabernet Sauvignon. Disfrutamos de una larga sobremesa.

Después de comer me lancé a la tienda de la hacienda donde sin dudarlo me compré un Semillón 2007 en 135 pesos. A mi regreso, el autobús ya esperaba para ir a Parras. Zapatita, al mando de este nuevo paseo, nos mostró primero las extensas tierras y nogaleras propiedad de Casa Madero.

Cuando llegamos a Parras hicimos la primera parada en la Quinta Manuelita, que desde 1902 da albergue, atención médica y educación gratuita a niñas desamparadas de la región. Después de brincar la cuerda y platicar con las catorce niñas que ahí viven, subimos al camión con un nudo en la garganta.

En menos de cinco minutos llegamos a la calle Ramos Arizpe 16. Se trata de la casa más famosa de la región por ofrecer los verdaderos dulces típicos Goyita, hechos con leche quemada, higo, durazno, membrillo o nuez. Toña, una de las hijas de Goyita, es quien atiende el local. Siempre sonriente, la señora acostumbra regalar dulces a todo el que entra en la casa de adobe, y, según cuentan, también arranca los suspiros del propio Zapatita.

Más tarde fuimos al pueblo a ver la mezclilla y a comprar vinos artesanales. Regresamos a la hacienda para cenar un delicioso pozole de pollo.

Acompañados por un suave viento nocturno, emprendimos el regreso a casa despedidos por la cálida gente de la hacienda.

La Casa Grande no opera como un hotel convencional, pero está disponible para grupos que ocupen al menos diez de sus veinticuatro grandes y espaciosas habitaciones dobles. Cada una tiene diferente decoración, principalmente de temas y artistas mexicanos.

Para mayores informes:

www.madero.com.mx

sanlorenzo@madero.com.mx

Parras, Coahuila.

Tel: + 52 (84) 2422-0055

Ciudad de México.

Tel: + 52 (55) 5558-2164

Guadalajara, Jalisco.

Tel: + 52 (33) 3110-6090


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Comentarios

4 respuestas a «Las delicias del desierto: Viaje a Casa Madero»

  1. Matilde García

    Viajar para mí es lo más parecido a evolucionar y a creer en nuevas perspectivas que te animan a expandir la visión que tienes de la vida y el mundo. Hace un par de meses me lancé a la aventura y me compré un billete de tren España-Francia que me cambió la vida ya que me encontraba en un momento personal bastante duro. Es increíble como una pequeña decisión puede cambiar tu existir para bien. A propósito, muy muy buena crónica 😉

  2. Abel Anaya García

    Deseo información respecto de ¿En qué días podemos visitar la Casa Madero? ¿Esta abierto todos los días del año? De no ser así- ¿Qué días está cerrado?

  3. Adriana soto

    Muy padre reseña! Este fin de semana andaremos por ahí

  4. carlos cime

    la casa madero es un paraiso estuve la semana pasada ahi ospedado y la verdad toda la gente muy amable en especial al sr :paco