Recuerdo de Toño Badán

Te presentamos un retrato del fundador de Mogor-Badán, en boca de uno de sus amigos.

Por Antonio Laveaga (@AntonioLaveaga)

Oceanógrafo de profesión y enólogo por afición, así se denominaba él mismo. La primera profesión la ejercía –según él– de lunes a viernes; y la enología, los fines de semana. Fue de los pocos viticultores que no bebía ya que se contagió de hepatitis hace algunos años y por lo mismo no podía beber alcohol.

En el ámbito de la oceanografía tenía a su cargo el proyecto de la investigación de nuevos yacimientos petroleros en el Golfo de México, sí, uno de los proyectos del presidente Felipe Calderón en el actual gobierno.

Hace un par de años inauguró su nueva cava, diseñada para permanecer a la temperatura y humedad requeridas, creación suya que funcionaba con energía eólica, gracias a sus ventanales abiertos. Hecha de piedra, en los pilares y travesaños pude ver serpientes y animales de plástico y madera. Toño me dijo que los colocó ahí para que ahuyentaran a los animales no deseados, es decir que si llegaba un pájaro real, por ejemplo, pues se rehusaría a entrar. Esto me pareció en verdad sui generis.

Tuve, junto con otros invitados, la fortuna de descorchar con él la primera botella de esa su nueva cava: un Mogor Badan cosecha 2004. Al recorrer con él los viñedos de El Mogor, sus explicaciones hicieron que me apasionara más de este elixir, único vino orgánico del país, según sus propias palabras. La mezcla de su vino tinto Mogor Badan estaba regida por lo que la tierra le diera: él sembraba equis porcentaje de la mezcla bordalesa –cabernet sauvignon, cabernet franc y merlot– y su vino se hacía en función de lo que buenamente se cosechara, sin atender a fórmulas porcentuales.

El abono de sus vinos era la composta de los desechos de los animales de su rancho. No fumigaba. Dejaba que las catarinitas se comieran a la plaga.

Las etiquetas de sus vinos son sencillas, elegantes y coherentes: sólo mencionan el nombre del vino y el país de origen. Guardo muchas anécdotas de mis charlas con Toño. En una ocasión, al preguntarle sobre el pago de impuestos, me dijo:

–El señor puma viene alguna que otra noche y se come un par de gallinas, con eso me pongo a mano.

Empezó a hacer vino en los ochenta. Decía que a mediados de esa década le salió “un excelente vinagre”. Ya en ese entonces era un vino muy codiciado. Cuando alguien le quería comprar, solía dar respuestas como:

–Sólo tengo 20 cajas, llámame el año entrante a ver si me animo a venderte.

Me da la impresión que Toño quería reunirse con su señora madre, fallecida también en este año. Y es que le dio sorpresivamente una infección gastrointestinal, e-coli, la del cólera, que se agravó por su falta de defensas y sus principios de diabetes.

Quienes lo conocimos, lo recordaremos de muchas maneras. En mi caso, yo lo hice descorchando un Mogor-Badán.

Les recomiendo que prueben este vino, pues no volverá.

Cortesía de Antonio Laveaga
Badán (izquierda) y el autor del texto en el rancho El Mogor