Este joven artista chileno, afincado en Guadalajara desde hace una década, habla sobre su trabajo y su relación con México.
por Gerardo Lammers
Uno. ¿Cómo supiste que serías artista?
Creo que nunca tuve esa certeza (como sí la he visto en muchos otros colegas). Más bien siempre tuve la sensación, hasta hace muy poco, que era algo transitorio, en “espera de” algo mayor… Pero ya me cayó “el veinte” que, al parecer, esto es lo que he sido, soy y probablemente siga siendo el resto de mi vida.
Dos. En tu opinión, ¿qué está pasando con el arte chileno? Acá en México sabemos muy poco
Las artes visuales chilenas son un caso único en Latinoamérica: exageradamente discursivas, profundamente endogámicas y esencialmente iconoclastas. Digamos que las artes visuales en Chile son lo menos visual que hay; los artistas tienden a ocuparse más en cualquier otra cosa que en producir imágenes… Sin embargo, hay que admitir que existe un gran rigor y seriedad en la gran mayoría de sus propuestas. Hoy en día el arte en Chile se debate entre la adaptación y el rechazo a los procesos de frivolización que trae consigo la globalización neoliberal.
Tres. ¿Por qué es tan importante Marcel Duchamp en tu carrera?
Más allá de ser su trabajo una referencia histórica ineludible, creo que para mí como para otros cientos de miles de colegas, Duchamp es simplemente un buen amigo, un cómplice, un compañero de ruta, un compa sabio, divertido, inagotable, genuino, visionario y siempre vigente.
Cuatro. ¿Cuáles dirías que son tus temas?
Siempre he creído que mis temas son esencialmente culturales: conflictos sociales, políticos, históricos o antropológicos… Pero la verdad es que últimamente me he ido dando cuenta que tal vez todo eso ha sido un pretexto, o más bien un vehículo, para poder explorar y compartir mis deseos, miedos, heridas, fracturas y esperanzas personales: en ese sentido, nada muy novedoso ni diferente a lo que han hecho los artistas durante siglos y siglos.
Cinco. Cuéntanos un poco sobre esa fantasía irlandesa que dio nombre a Irish Spring, tu más reciente exposición
Mi fascinación por Irlanda comenzó mucho antes de que pudiera visitar ese país. Es un lugar con el que he sentido una conexión espiritual muy directa: con el paisaje, el clima, la gente, su música, la comida, los deportes, la arquitectura, la literatura, sus culturas ancestrales. Pero también está la gran contradicción que existe entre esta marca gringa de jabón (Irish Spring) y la noción idílica de Irlanda que busca evocar… Y, por supuesto, la tensión que genera la enorme distancia que hay entre Guadalajara e Irlanda, en todos los sentidos.
Seis. ¿Qué te atrae de vivir en un país como México y en una ciudad como Guadalajara?
Aunque a Guadalajara llegué y me quedé por una mujer –y ésa es tal vez la razón más importante para vivir aquí–, existe en todo México una fuerza y una energía única en el mundo. Aunque suene a cliché, hay aquí una identidad y un carácter muy poderoso que se manifiesta en todo momento y a cualquier nivel. Para mí, que vengo de un contexto opaco, gris y reservado como es el chileno, la exuberancia y la intensidad de México son obviamente un fuerte imán.
Siete. ¿Algún vino en especial?
De vinos realmente no sé mucho, pero recuerdo haber probado alguna vez en Chile un gewürztraminer, con un perfume especial y pícaro. Y en Oregon (Estados Unidos) probé un pinot noir que siempre viene a mi memoria.
Cristián Silva (Santiago de Chile, 1969) es artista. Desde 2000 radica en Guadalajara, donde imparte diversos seminarios y talleres como “El legado de Marcel Duchamp”. Su más reciente exposición fue Irish Spring, en la galería Curro y Poncho, de la capital tapatía.